Por qué el cambio climático se ha convertido en religión del poder


José Javier Esparza

«Dogmatismo climático», rezaba la nota de las consignas que la ministra de Igualdad, Ana Redondo, estaba dispensando a sus muchachos a propósito de la catástrofe de Valencia. Y añadía: «Es nuestro momento». Me pregunto qué puede tener en la cabeza alguien para pensar que una tragedia con más de doscientos muertos es «nuestro momento». Pero fijémonos en esa otra primera nota: «Dogmatismo climático». ¡Dogmatismo! Es toda una confesión. Y es una muestra elocuente de hasta qué punto la doctrina del cambio climático antropogénico es hoy la ideología del poder.

Veamos. El cambio climático existe. Es una evidencia histórica. Incluso es un pleonasmo, porque el clima cambia por naturaleza. Cualquier aficionado a la Historia podría precisar tres o cuatro momentos en los que una modificación de las condiciones climáticas provocó cambios de gran calado en las sociedades humanas. Es posible que hoy nos hallemos ante uno de esos cambios o, alternativamente, es posible que hayamos vivido un breve ciclo dentro de otro más grande. No es fácil saberlo porque la ciencia del clima es una de las más imprecisas: intervienen tantos factores al mismo tiempo, y tan difícilmente mensurables a escala humana, que cualquier axioma es necesariamente relativo (luego no hay axiomas). En ese contexto, la teoría según la cual nos hallamos inmersos en una etapa de calentamiento global es sólo una hipótesis, y la atribución de tal calentamiento a las emisiones humanas de CO2 hace la teoría aún más arriesgada, por improbable en el sentido estricto del término. Es verdad que el discurso dominante anda girando ahora desde el «calentamiento» a la «emergencia», es decir, un contexto en el que también cabe el frío, pero, en ese caso, ¿sigue siendo valido echarle la culpa al CO2? Por otro lado, si aceptamos la doxa del cambio climático vía CO2, ¿por qué en su nombre se adoptan políticas que más bien parecen enfocadas a acentuar los efectos negativos del cambio, como esas de suprimir obstáculos naturales?

Todo esto que estoy exponiendo aquí no le enseña al lector nada nuevo: son preguntas que todo el mundo se hace a poco que reflexione sobre el asunto. Trato simplemente de exponer que en ese discurso hay más incertidumbres que certezas y más contradicciones que convicciones. Pero, precisamente por eso, la gran cuestión es por qué el «cambio climático» permanece sin embargo como eje del discurso del poder en Occidente (y, por cierto, sólo aquí). Es en este punto donde la opinión publicada tiende a doblar el brazo: si la mayor parte de las instituciones coinciden en el mismo discurso, será porque es verdad. Pero este argumento es de una ingenuidad que sólo puede resultar sospechosa. Si el poder coincide en defender una idea a machamartillo («dogmáticamente», diría la ministra Redondo), ¿de verdad puede alguien pensar que es por amor a la verdad? ¿No será más prudente aplicar un mínimo sentido crítico? Empezando por la pregunta esencial: ¿qué provecho saca el poder de todo esto?

Normalmente, cuando el poder busca algún provecho, siempre se trata de más poder. Es algo que está en su propia naturaleza. Pero hay que entender que el poder, hoy, en nuestro mundo, vive en casas que ya no son las de hace un siglo. La expresión «poder global» suele provocar miradas circunspectas o sonrisillas suspicaces: suena (todavía hoy) a teoría de la conspiración y, en el mejor de los casos, se lo despacha como una suerte de «construcción intelectual» abstracta sin asiento en la realidad política cotidiana. Sin embargo, nada de lo que estamos viviendo en el último medio siglo en el ámbito del poder se entiende sin ello. La tendencia dominante del mundo contemporáneo, acelerada después del hundimiento del bloque soviético en 1989, es la construcción de instancias de poder transnacionales, esto es, globales, que ambicionan estructurar el mundo conforme a un sistema político y económico cada vez más homogéneo. En términos históricos, tal objetivo ha sido la ambición permanente de las grandes ideologías de la modernidad. En términos políticos, es la vocación natural de una superpotencia hegemónica identificada con la denominada «anglosfera» y cuyo epicentro está en los Estados Unidos, aunque su espíritu ya no es el del imperialismo nacional norteamericano. Y en términos económicos, es la consecuencia lógica de la actual fase financiera del capitalismo, al que ya no le bastan los espacios nacionales o continentales (como en su anterior fase industrial), sino que para su desarrollo necesita mercados lo más amplios posible y sin barreras políticas (estatales) que lo frenen. Eso que se llama «poder global» es la resultante de estos tres procesos.

Para construir semejante poder y que la gente lo acepte de buen grado, es imprescindible convencerla de que necesitamos instancias supranacionales que nos gobiernen. ¿Cómo se llega a tal convicción? Haciendo creer a todo el mundo que nos hallamos ante desafíos que superan con mucho las posibilidades de un Estado; desafíos propiamente globales, planetarios. Por ejemplo, una inminente amenaza de destrucción de la Tierra a causa de… un cambio climático. Amenaza que, por supuesto, podemos frenar si todos obedecemos a los redentores. El hombre moderno ya no cree demasiado en Dios, pero sí cree —y mucho— en la ciencia. Si la «ciencia» lo ordena, el hombre moderno aceptará a pies juntillas cualquier sacrificio. Por ejemplo, el de pagar el coste de una revolución energética que sólo beneficiará a los propietarios de las nuevas fuentes de energía. También por ejemplo, el de ver sus libertades mermadas bajo los dictados de una nueva elite transnacional que encuentra en la nueva fe —la religión climática global— una legitimidad superior a la de cualquier democracia. Y así confluyen los intereses de unos y de otros para construir un nuevo marco de poder que el iniciado sabrá aprovechar. «Es nuestro momento», efectivamente. El de ellos.

«¡Vergüenza, vergüenza!», gritó un día desde su escaño la misma ministra Redondo en una de las más grotescas sobreactuaciones de la historia mundial del parlamentarismo. Vergüenza, en efecto, la de una elite gobernante capaz de toparse con una tragedia humana colosal y ponerla al servicio de su propio proyecto de poder. «Dogmatismo climático».

El Manifiesto, 21/11/24



Categorías:CULTURA, DECADENCIA OCCIDENTAL, GLOBALIZACIÓN, REVISTA DE PRENSA

3 respuestas

  1. El «cambio cambiático» es un negocio muy rentable para engañar a la gente ignorante.

    ¿Sabéis qué es un gran engaño también? Esas empresas que venden cursos de formación, de chorradas que no sirven absolutamente para nada.

    Iba a escribir una reseña en Google, pero hay que registrarse (y no me da la gana). Así que la escribo aquí. Sin mencionar la empresa a la que me dirijo, evidentemente. Porque no es una empresa, sino todas. Viven del cuento chino de la «violència masclista» en el ámbito laboral y la «Ley Orgánica de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales».

    Yo trabajo solo en una oficina. Soy autónomo. Como no me dedique a acosar o a violar la mesa (femenino), la silla (femenino) o la papelera (femenino), ya me contarán ustedes qué «violència masclista» puedo cometer. Y, para esto, un cursillo.

    Esta iba a ser mi reseña. Tal cual. No me corto ni un pelo:

    Entiendo que existan empresas que te quieran vender cursos «obligatorios» (sic) para todos los españoles en edad laboral porque tiene que ser así por narices. Porque lo dice la ley número infinito/2024, del Desgobierno Comunista de Ex-España. Es que, aunque sean obligatorios de verdad, me importa una auténtica m*. Los ciudadanos ya pagamos demasiados impuestos (en realidad, no habría que pagar ni un solo impuesto) para tener que vivir en un país «vigésimomundista» (ni siquiera es tercermundista). Y la prueba está en la catástrofe provocada intencionadamente en Paiporta (Valencia) y en otros municipios. No a todas las empresas y a todos los autónomos nos van bien las cosas. Si me sobrase el dinero, encantado de hacer todos los cursos que sean, aunque sé perfectamente que no me van a servir para nada. Solamente pagar y pagar para nada. Y ya está. Por favor, no sean colaboracionistas de Pedro Sánchez. Cuando gobierne Vox, España volverá a ser un país normal.

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  2. Es muy sencillo:

    Si de verdad hay cambio climático causado por el CO2, ¿cómo es que se permite la importación de productos fabricados emitiendo grandes cantidades de CO2, como los de China o Marruecos, por ejemplo?

    Si ese gas producido en Europa es tan malo, igual de malo debería ser el mismo gas producido en China o Marruecos. Los gases no tienen frontera y ca,bian el mismo clima de todos.

    ¡Claro!, alguien podría decir que Europa no puede impedir a China o Marruecos fabricar lo que quieran, lo que es verdad.

    Pero lo que si puede hacer Europa es prohibir la entrada de estos productos en su territorio o, por lo menos, poner altos aranceles que compensen la contaminación (descarbonización) y la pérdida de competitividad de las industrias europeas producida por la «lucha» contra el CO2.

    No se hace. Desde luego los productos marroquíes tienen entrada libre en Europa (porque Marruecos está reconociendo al Estado de Israel y su derecho a quedarse con las tierras de los palestinos)

    Entonces tendremos que admitir que todo es mentira.

    Hay que ver entonces quién se beneficia.

    En primer lugar los inversores en China, Marruecos y otros países que se están industrializado a expensas de los europeos. Idem a los importadores de esos productos.

    En segundo lugar, a los partidos «progresistas», porque la industrialización y las políticas de crecimiento económico de los años 50 y 60 convirtieron a los proletarios en burgueses, quitando la razón de ser a estos partidos de izquierdas y, por tanto, el poder a quienes los controlan.

    Y al mismo tiempo les dan una razón de ser hasta que haya importado los suficientes proletarios extranjeros de verdad:

    la «lucha» contra el cambio climático causado por la codicia capitalista.

    ¿Cuándo desaparecerá la histeria climática provocada?

    Cuando vuelva a haber suficientes proletarios de verdad a quienes se pueda manipular con la praxis revolucionaria contra los «burgueses» y, en Al-Andalus, contra los invasores cristianos «que les han robado sus casas y sus tierras».

    Por cierto, que esta es la doctrina política oficial en la Unión Europea, lo que sugiere que SOROS está detrás.

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  3. Añoraban tanto el Bolchevismo, que lo han implantado en el gobierno de España. Menuda Gentuza.

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