«¿Pedirán perdón los descendientes políticos de quienes asesinaron 1.550 católicos en la provincia de Tarragona cuando era zona republicana?»
Azaña, líder de la persecución religiosa, murió pidiendo perdón con un crucifijo
Por Francesc Basco, publicado en el Diario de Tarragona (21-10-213)
El arzobispo de Tarragona pide perdón por los «errores del pasado» de la Iglesia”, titulaba en primera y a cinco columnas el Diari en su edición del pasado sábado. El prelado reveló que fue a rezar en solitario hace unos días ante la fosa común del cementerio, donde yacen los restos de los fusilados del bando republicano por los nacionales.
Hay que recordar que, cuando Tarragona era zona republicana, se abrieron fosas comunes en los cementerios de Tarragona, Torredembarra, Reus, Valls, Tortosa y otras ciudades de la provincia. Fosas de las que fueron extraídos los cuerpos sin vida de muchos de los mártires beatificados el domingo, día 13 de octubre.
Pedir perdón, perdonar las ofensas, es un mandato evangélico. El perdón de Cristo en la Cruz es el modelo que imitaron los miles de sacerdotes, religiosos y seglares católicos que fueron injustamente inmolados durante la persecución religiosa. Todos tenemos en ello un inmenso campo de perfección.
Pero hay que recordar que la Iglesia española ha pedido perdón en documentos de 1971, 1972, 1973 y 1986. Asamblea Conjunta de Obispos – Sacerdotes: «Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos ser, a su tiempo, verdaderos ‘ministros de reconciliación’ en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos.» En 1986, los obispos españoles ratifican lo manifestado con anterioridad: «Aunque la Iglesia no pretende estar libre de todo error, quienes le reprochan haberse alineado con una de las partes contendientes deben tener en cuenta la dureza de la persecución religiosa desatada en España desde 1931». Y hace votos para que «el perdón y la magnanimidad sean el clima de los nuevos tiempos». «Recojamos todos la herencia de los que murieron por la fe, perdonando a quienes les mataban, y de cuantos ofrecieron sus vidas por un futuro de paz y justicia para todos los españoles».
¿Pidieron perdón los descendientes políticos responsables de los 7.000 sacerdotes y religiosos asesinados en España? No lo recuerdo. Pero lo hizo Manuel Azaña, líder de la persecución religiosa durante la República, poco antes de morir. El que dijo en las Cortes «España ha dejado de ser católica», o «Vale más la vida de un republicano que todos los templos de España».
El sacerdote Gabriel M. Verd, en su libro La conversión de Azaña, describe los últimos momentos del político español en su exilio francés. Según relato del obispo galo Pierre-Marie Théas, que se acercó a él en los últimos momentos de su vida, «murió arrepentido de su actuación, pidiendo piedad y misericordia a aquel Dios que tanto había combatido en vida». El prelado le presentó un día el Crucifijo. «Sus grandes ojos abiertos, humedecidos por las lágrimas, se fijaron un rato en Cristo crucificado». Luego, «lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces, exclamando cada vez: ‘¡Jesús, piedad y misericordia!’». El obispo le preguntó: «¿Desea usted el perdón de los pecados?» Y don Manuel contestó afirmativamente. «Recibió con plena lucidez el sacramento de la Penitencia que yo mismo le administré», declaró monseñor Théas.
El beato Manuel Borrás, obispo auxiliar de Tarragona, asesinado en el Coll de Lilla, bendijo y perdonó a sus verdugos mientras la estaban inmolando. Quemaron su cuerpo con gasolina; sus restos mortales no han sido hallados.
El profesor del Seminario de Tarragona, beato Francesc Company Torrelles, fue asesinado en la Muntanyeta de l’Oliva. Pidió unos minutos a sus verdugos para rezar. «Cantar i tot, si vols», le respondieron. Se puso de rodillas, con los brazos en cruz, y entonó el Credo. Mientras cantaba «Crec en un Déu», sus verdugos le acribillaron las extremidades a balazos. Él prosiguió cantando hasta que cayó extenuado, pero no muerto. De la autopsia realizada por el Dr. Miquel Aleu a su cadáver se desprende los horrorosos sufrimientos de este mártir, según declaró el médico.
En el empalme de la carretera de L’Espluga Calba con la de Lleida a Tarragona, dirección Vinaixa, asesinaron al beato Pau Figuerola Rovira después de martirizarlo atrozmente. Unos vecinos de Les Borges, que pasaban cerca la noche, oyeron gritos desgarradores de dolor, acompañados de la jaculatoria: «Corazón de Jesús, en Vos confío». Tenía las piernas acribilladas por disparos, rociaron su cuerpo con gasolina y lo quemaron. El fuego no consumió el cadáver, que encontraron con los genitales amputados y el miembro viril en la boca.
El cura regente de Conesa, beato Tomás Capdevila Miquel, fue martirizado por el comité de Sarral. Seis milicianos lo introdujeron en un auto, donde lo martirizaron cruelmente por espacio de una hora y media. Le amputaron la lengua y los miembros genitales, le sacaron los ojos, todo en vivo, y le fracturaron la clavícula izquierda. Mientras iba desangrándose fue expuesto en la plaza mayor de Solivella. Lo remataron con once tiros a bocajarro. Su cadáver fue cubierto con una lechada de cal.
El cadáver del beato Josep Brú Boronat, capellán del Noviciado Mayor de los hermanos de las Escuelas Cristianas, de Cambrils, fue asesinado en la carretera de Riudecols. Su cadáver apareció desfigurado, con un disparo en la pierna derecha y varios en la cabeza, que le destrozaron el cráneo. El tiro en la pierna acostumbraba a ser la inmovilización de la víctima, para martirizarla con las más groseras y dolorosas amputaciones.
En la diócesis de Tortosa los hechos no fueron menos graves. Allí sucumbieron 316 sacerdotes (sólo sacerdotes, sin contar religiosos y seglares), de los que han sido propuestos para ser beatificados 223, entre los que hay 35 seglares. Cuando sean beatificados también tendremos que pedir perdón.
Las formas de asesinato revistieron caracteres de horrenda barbarie. Pero en el momento supremo de la muerte todos perdonaron a sus asesinos: «Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y así podríamos llenar muchas páginas de este periódico durante días con historias emocionantes como las descritas.
¿Pedirán perdón los descendientes políticos de quienes asesinaron 1.550 católicos en la provincia de Tarragona cuando era zona republicana?
Perdón por si he faltado a alguien.
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«nuestro pueblo dividido por una guerra entre hermanos»
Bueno, no exactamente:
Simplemente una parte de la población quiso hacer una revolución soviética; y otra parte de la población no se dejaba.
Como suele suceder, a la represión de una parte importante de la población vino en cuanto pudo la venganza de la otra parte (solo de los que sobrevivieron a la represión de los primeros).
Cuando se habla de «guerra entre hermanos», parece que efectivamente hay una disputa que llega a las manos. Este no es el caso.
Lo de hermanos es retórica. Ninguno se ha comportado como hermanos. Entre otras razones, porque es cuando el odio -el odio del atacante y el odio del atacado- entra en juego, no hay hermanos que valga.
Zapatero, con su revisionismo electoralista, no nos puede hacer ver lo blanco, negro.
Yo creo que es bueno leer la historia y ver los documentales de la Revolución Soviética, porque nos da claves para entender lo que pasó aquí. Sin apasionamiento y con la objetividad que da la lejanía geográfica y temporal.
La manera de evitar que estas cosas se reproduzcan no es ésta.
Tampoco el izquierdismo de palabra -por inofensivo que pueda parecer, que lo que vivimos ahora es el resultado de la retórica felipegonzalista hace 30 años-
Simplemente no obligar a la gente a hacer lo que no quiere hacer (lo que se suele llamar con poca propiedad «tolerancia»). Si cada uno se pone a prosperar y a dejar en paz al vecino, ya verás como se arreglan las cosas.
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