
No tenemos un problema político, ni tan siquiera tenemos un problema moral. La crisis moral y política es fruto de una deriva espiritual iniciada hace algunos siglos. La Ilustración quiso “afrancesar” España a través de los ministros masones de Calos IV y Fernando VII. Vencimos a Napoleón pero germinaron las semillas de sus ideas “modernas y afrancesadas”, instaladas en elites ávidas de riquezas y poder protegidas por la Constitución de 1812. Dos décadas después, un judío masón como Mendizábal puso en marcha la primera gran desamortización eclesial (precedida por la del ilustrado Godoy), y de tierras comunales, que permitió asentar las bases de un Estado liberal moderno. Este se miraba en Francia a la par que forjaba las elites endogámicas que dominarían España.
A Mendizábal le siguió el masón Madoz. Mientras España se desangraba en guerras civiles intentando dilucidar si las raíces patrias debían beber de una tradición milenaria o injertarse en la Europa moderna y protestantizada, Balmes hubo de escribir entonces su mejor obra apologética, El protestantismo comparado con el catolicismo, para responder a las pretensiones supremacistas de Guizot, el calvinista ministro de economía de “Felipe Igualdad”, monarca constitucional y progre de moda en el continente. España se resistía a morir e inició su Tercera Guerra carlista contra un República que sólo prometía la destrucción de la Iglesia y la desintegración de la unidad territorial (pues para quien aún no se ha dado cuenta, todo va junto). Una unidad que fue nuevamente asaltada por el contubernio anglosajón protestante liderado esta vez por Estados Unidos en nuestras Antillas y Filipinas.
El pueblo se convertía en nación, esto es, en una nueva religión o cuerpo místico por el que debía tamizarse toda la realidad y la salvación de espíritus ya enfermos.
Ya habíamos perdido ochenta años antes nuestros virreinatos a manos de la masonería inglesa que ensoberbeció a una elite criolla que se había alimentado de los libros “ilustrados” que llegaban de España. Se entusiasmaban y ensoberbecían con la creación de logias en el Nuevo Mundo como forma de imitación y admiración de la prosperidad anglo-capitalista. La debacle de nuestra Patria allende los mares, llevó a que las miradas se dirigieran nuevamente a Europa, fuente de inspiración de los que querían ser “modernos” a costa de vender el alma. Llegó a nuestras tierras el Romanticismo, esta vez desde Alemania e Inglaterra principalmente. La irracionalidad y el sentimentalismo regalaban los oídos de las elites locales, especialmente en regiones como Cataluña y la Vasconia. Se fue preparando así el camino para fagocitar una religión milenaria asentada y transformarla, sutilmente, en la religión de la raza y la identidad. El pueblo se convertía en nación, esto es, en una nueva religión o cuerpo místico por el que debía tamizarse toda la realidad y la salvación de espíritus ya enfermos.
El liberalismo, así, había ido adoptando todas las formas posibles. Mientras, la desangrada España, a causa de sus elites, engendraba un proletariado cuyo único Dios era el resentimiento hacia cualquier otra clase social. Y así comenzó la cruenta lucha entre religiones secularizadas para ver quién imponía su peculiar idolatría: las naciones inventadas, el socialismo redentor, el conservadurismo liberal, el progresismo dentro del orden. Las falsas religiones sólo tenían un principio común: la autodeterminación de su propia “verdad”. Por lo demás, estaban condenadas a luchar a muerte y así aconteció en nuestra cruenta Guerra civil del 36, acompañada de una cruel persecución religiosa de la que nadie hoy quiere hablar. El franquismo sólo fue un dique de contención de un mal espiritual que venía de lejos. La transición y actual democracia fue el campo de cultivo ideal para que renacieran las viejas idolatrías.
El socialismo, con permiso del conservadurismo, convirtió el Estado heredado de Franco en un Estado aparentemente redentor de las miserias e injusticias.
La aprobación de la Ley del divorcio de 1981, fue el principio del fin de un cuerpo social que ya no se conseguía mantener por su propio principio vital. Si una institución indisoluble se podía disolver bajo el principio de autodeterminación de la voluntad de una de las partes, por qué no se podían autodeterminar las naciones inventadas o las clases desfavorecidas. El socialismo, con permiso del conservadurismo, convirtió el estado heredado de Franco en un Estado aparentemente redentor de las miserias e injusticias. Esta nueva iglesia secular burocrática, al no poder liberar a las masas de su enajenación congénita, las consoló con la creencia de que podía ser libres ejerciendo una sexualidad sin límites morales. Y cuando este artificio imaginario dejó de funcionar por saturación, se le ha hecho creer que puede autodeterminar, contra la naturaleza, su propio sexo. Y a las madres, desde 1985, se les convenció que podían autodeterminar su cuerpo, una regla que no era válida para el bebé que llevaban en su seno.
La desintegración de un cuerpo social real e histórico bajo el amparo del irreal principio de autodeterminación, nos lleva simplemente a la muerte como comunidad política. Posiblemente ya éramos muertos vivientes desde hace tiempo, pero en los cuerpos tarda cierto tiempo en manifestarse la desintegración. Los cuerpos vivos mantienen su unidad intrínseca gracia al alma. Nosotros la perdimos allá por el siglo XIX. ¿Podemos recuperarla? ¿podemos revivir? Sólo bajo una condición: reconocer que nuestros ídolos son falsos, beber de las aguas de la verdadera tradición y no de las inventadas y falsas panaceas, humillarnos por nuestras deslealtades para con la Patria y convertir nuestro corazón, dirigiendo nuestra acción allí donde se asienta lo verdadero y eterno. Lo demás es autoengaño y lucha estéril contra los monstruos que nosotros mismo hemos creado o permitido que entren en la historia. Si nos duele la actual desintegración, al menos seamos consciente que es un síntoma de un mal espiritual. Y eso es lo que debemos resolver primero, tanto individual como colectivamente.
Javier Barraycoa
Categorías:OPINIÓN
La Revolución Francesa y todos los regímenes y sistemas que han salido de ahí, no es otra cosa que un intento de los políticos y sus amos de hacerse con el poder (de ahí los golpes de Estado y echar al Rey para ponerse ellos -la República-).
Y en esa concentración de poder no solamente va a ser político, también tiene que ser religioso, destruyendo o protestantizando la religión católica, que por ser un organismo independiente, prestigioso y con una doctrina pública, racional y objetiva es lo único que puede decir al político públicamente:
«Robar al pobre y oprimir al débil son pecados contra la Ley de Dios».
Esta concentración de poderes incluye también el económico, porque la liberalización de la economía y los impuestos nacionales anuales (que nunca pudo conseguir Luis XIV, epítome de Rey absoluto ) dan al político y su cabal un poder fenomenal.
En realidad, lo que están haciendo es copiando la experiencia inglesa de hacerse con la Iglesia católica, ponerla bajo el control político, robarle sus bienes + la «Gloriosa Revolución», en la que los reyes pierden el poder político a favor de la burguesía.
Naturalmente todo esto se hace en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad (de los políticos y millonarios) y en nombre del Pueblo, la nación o el Estado, entes abstractos bajo los que se esconden los políticos y sus amos para defender sus egoístas intereses, porque sin atraer al Pueblo es imposible: son demasiado pocos (los ricos, por definición son siempre muy pocos )
En este plan, debilitar al individuo/ciudadano es una necesidad natural.
Para ello no solo se prohibirán los gremios y luego los sindicatos:
Hay que castrar al hombre para domarlo: las virtudes (lo que da fuerza al hombre para cumplir sus fines vitales) tienen que desaparecer.
Una vez en el poder se lanzan al robo del Estado, desde desamortizaciones hasta guerras coloniales, utilizando la sangre barata de los soldados de conscripción (otra cosa que nunca pudo lograr Luis XIV)
Sin embargo esta no es la experiencia de los paises anglosajones.
La gran diferencia está en que los paises católicos tienen el mito de la ilustración y del rey absoluto, que fuerza a la población a ilustrarse, modernizarse y «europeizarse» para lograr la «felicidad» del Pueblo.
El político (y la masonería, como herramienta de control social) sustituye al Rey (la masonería, al ilustrado). Esa es la justificación de su existencia y lo que cubre su necesidad de robar al Estado y de ideologizar a la población con el nacionalismo.
En los paises anglosajones esto no existe, aunque sí ha habido «ilustración», como en todas partes con economías urbanas.
Lo que hay de fondo en Inglaterra es el «progreso», que siempre es económico y la manera como se manifiesta: las clases medias, que nacen de él. Y el progreso lo trae únicamente el valor que crea sobre la materia prima la manufactura y el comercio; esto evolucionará naturalmente en la industrialización. Es decir, que el progreso no sale de la actividad del político ni del consejero ilustrado, sino de los comerciantes y fabricantes + un mercado.
La única actividad del político es asegurar el imperio de la ley (para proteger el ciclo de ahorrar, invertir, fabricar, vender y volver a empezar) y abrir mercados o conservarlos (de ahí las guerras de «liberación» contra el imperio español o las guerras del opio contra China)
En esta realidad en la que la ilustración ha quitado prestigio a la autoridad real y religiosa (al poner en duda todo y a criticarlo todo, con razón o sin razón ), con el ejemplo de Estados Unidos y la Revolución Francesa, los políticos se hacen con el control del Estado para «traer la ilustración y el progreso» a la nación.
Naturalmente no sucede, porque esto es el resultado de una actividad económica, no política ni mucho menos religiosa.
El (falso) mito del político ilustrado que va a traer el progreso y la felicidad a la nación, aunque tenga que destruir lo que lo impide: la Iglesia Católica, porque es intolerante e impide «pensar» sigue existiendo en los paises herederos de la Revolución Francesa; y lo transmite la masonería, porque justifica su existencia como lobby de poder político.
Mientras que esas mismas políticas ilustradas impiden progresar.
¿Por qué ?
Simplemente porque, al contrario del Rey, que es el padre del Pueblo y responde de los intereses de la nación en general, el político obedece a intereses económicos particulares (máster tarde también ideológicos: socialismo, comunismo y sionismo)
¿Y cuales son esos intereses particulares de los grandes hacendados?
Nunca la industria, porque compite directamente con ella.
Quieren libre comercio con los productos industriales y protección para lo que producen.
Libre comercio para los productos industriales ingleses, lo que mata la manufactura local, que no puede competir en calidad y precio, y protección contra el grano y el cuero extranjeros. Ser colonia norteamericana para que los productores de azúcar cubanos y filipinos puedan vender directamente su producción en Norteamérica y sigan siendo ricos. Estas son la venas abiertas de América Latina.
Los mismos (falsos) mitos de la ilustración y la persecución de la Iglesia Católica por la masonería están desviando la atención a lo único probado que funciona, pero que no interesa al propietario local. Que no es el liberalismo, sino el desarrollo económico nacional, como el que hubo con el milagro económico español con Franco.
El liberalismo sólo le interesa al pais industrial: Inglaterra, Estados Unidos y China.
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¿Una prueba?
La Bastilla.
El 14 de julio los franceses celebran con bailes populares la toma de la Bastilla, símbolo del absolutismo real bla, bla, bla….
Sin embargo a ninguno de nosotros nos hubieran encerrado en la Bastilla. Nunca.
Eso era una cárcel especial para nobles, ricos y gente especial.
Eso NO nos oprimía; oprimía a nuestros amos.
La desaparición de la Bastilla, en el contexto de la Revolución Francesa, significó el comienzo de la opresión sobre el Pueblo, porque ahora nuestros amos tienen las manos libres y el poder político con la farsa de «libertad», «igualdad» y «fraternidad» de los ricos y sus políticos.
Cuando los parisinos bailan el 14 de julio, están bailando su estulticia.
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