
Así, tan escueta y retadoramente, ha titulado Santiago Alba Rico su último y apasionante ensayo, publicado por Lengua de Trapo, en el que –sin incurrir en esencialismos ni execraciones– trata de aproximarse a la realidad que se esconde detrás de tan disputada palabra. Se trata de un reto muy arriesgado en un escritor que intelectualmente procede de una tradición marxista; y cuyos antepasados militaron, de un modo más o menos entusiasta o remiso, en posiciones que la izquierda considera abominables. Así que la mirada de Alba Rico sobre España tiene algo de hermosa purga del corazón y algo de gallarda confrontación con el tabú.
En su redescubrimiento de España, Alba Rico adopta como ‘compañero de viaje’ a Galdós, que le inspira, siquiera en parte, la visión de la historia de España como un conflicto entre católicos, quizá la idea medular del libro. Estaría, por un lado, un ‘catolicismo imperial’, que más allá de su formulación histórica concreta serviría para designar una voluntad fanática y opresora; y habría un catolicismo heterodoxo, compasivo y con frecuencia vapuleado, con el que el autor simpatiza. Uno de los pasajes más sabrosos del libro lo dedica Alba Rico a narrar la querella que se libró entre los partidarios de que Santa Teresa de Jesús fuese nombrada patrona de España y los partidarios de mantener al apóstol Santiago (que serían los representantes del ‘catolicismo imperial’). Por supuesto, Alba Rico, cuando habla de católicos, no se refiere tan sólo a quienes profesan una determinada fe (de hecho, habla de ‘católicos ateos’, entre los que se cuenta), sino a dos maneras de ser español que, compartiendo unos presupuestos culturales, toman caminos diversos y a menudo irreconciliables.

Aunque no los sitúa en bandos opuestos (no se le escapa al autor que representantes de estas dos corrientes pueden hallar acomodo en bandos antagónicos), Alba Rico cae en la tentación de separar muy nítidamente estas dos actitudes. Le ocurre así, por ejemplo, cuando imagina una España en la que don Quijote y san Ignacio de Loyola hubiesen intercambiado sus tratamientos. Pero lo cierto es que san Ignacio concibió su misión religiosa como una caballería andante; y la criatura de Cervantes entendió la suya como una suerte de apostolado (Unamuno afirmaba que don Quijote era un avatar español del propio Cristo). En otro pasaje de su obra, Alba Rico contrapone al ‘catolicismo imperial’ que perpetra crímenes en la conquista de América y los frailes que denuncian tales crímenes. Pero la realidad es mucho más compleja; pues lo cierto es que esos frailes no eran opositores excéntricos ni francotiradores clandestinos que se rebelaron contra una empresa genocida impulsada desde los círculos de poder, sino que eran los inspiradores de una empresa civilizadora que inevitablemente –por ser una empresa ejecutada por hombres– tuvo muchos desvíos. Y esos frailes, que gozaban de la mayor privanza o siquiera prestigio ante los reyes, denunciaron esos desvíos con su beneplácito. La propia Santa Teresa de Jesús es un ejemplo evidente de esta complejidad; pues no se trata de una monja heterodoxa perseguida por la Inquisición, sino de una monja protegida por Felipe II a quien la Inquisición libera de toda sombra de sospecha, para escarmiento de sus enemigos.
Así que las categorías no son tan nítidas como a simple vista parece. El propio Alba Rico lo constata cuando evoca la figura de sus abuelos y de su ilustre bisabuelo, todos ellos adheridos a la causa franquista por razones muy diversas, a veces obligados por las circunstancias, a veces guiados por sus convicciones. La recuperación de estas figuras tutelares –alguna, como la del abuelo materno, muy reverentemente tratada– brinda tal vez las páginas más lúcidas y a la vez conmovedoras del libro; también las más incómodas. Pero un escritor verdadero lleva siempre a sus lectores a regiones incómodas, allá donde se sienten desabrigados, zaheridos o siquiera interpelados. Sólo los malos escritores se dedican a halagar a sus lectores.
En algún pasaje de España, Santiago Alba Rico se pregunta por el futuro de un mundo en el que las nuevas generaciones no han recibido ninguna educación religiosa, ni siquiera en sentido cultural, o han recibido una educación intencionadamente adversa contra la religión católica. Aunque trata de encontrar algunas ventajas en esta nueva situación, sospecho que íntimamente intuye que será un mundo muchísimo más oscurantista que aquel en el que católicos de todos los pelajes –incluidos los ‘católicos ateos’ como él– andaban a la greña.
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Categorías:Opinión, Revista de prensa
No alcanzo a comprender como se publica en este lugar un libro que no se ha leído. Sus ataques sutiles a la religión, su visión de la guerra del 36, sus mentiras.. ¿ o ignora un escritor tan culto?, los calificativos que propina a los Reyes Católicos, Isabel » hombruna y brutal»…Seria muy extenso reproducir todos sus ataques. Da igual que Prada sea su amigo, ya estamos acostumbrados a sus incoherencias – no por ser amigo sino por hacer propaganda de un libro que es una bazofia muy bien escrita-. Se deben favores. Tambien el autor presume de su amistad y ayuda de Xavier Domenech. ¿ Lo conocemos por aqui, no?….
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Grandes hitos de la Resistencia al separatismo: las guillotinas del odio
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Todas estas cosas son estupideces que solo valen para confirmar por la puerta de atrás la Leyenda Negra tal y como lo sigue haciendo la siniestra masonería secreta.
Porque lo que viene a decir el libro, aunque lo diga tácitamente, es que hay un «problema España» y, por tanto, que España «se equivocó de Dios en Trento» (el patán Pérez Reverte dixit)
Si una persona va al psiquiatra y le dice que su problema está en que sus antepasados «se equivocaron de Dios en Trento»… ?tu qué crees que le diría?
Pues evidentemente que es gilipoyas perdido (pero no con la palabra española, sino con la científica griega, que suena peor)
Vamos a ver, neurótico (neuroticus gravis agrotissimus):
Tu eres quien eres porque has nacido en un pais determinado, en una familia determinada y en una época determinada. Eso ni ésta bien ni está mal. Simplemente «es».
Que se llame España , China o la Conchinchina no importa en absoluto.
Lo que importas es que vivas lo mejor que puedas utilizando los recursos y oportunidades que te da tu pais a cambio de tu lealtad y tus impuestos.
Desde el siglo XVIII llevamos con estas historias simplemente porque la nueva dinastía francesa primero, Napoleón después y la masonería han utilizando la leyenda negra (propaganda de guerra del Príncipe de Orange para quitar a Felipe II de Señor de Flandes y ponerse él de Rey. Bueno, ya lo consiguió, por lo tanto la difamación ya no tiene sentido)
A ver si empezamos en ser responsables de los éxitos y fracasos propios y empezamos a tener resultados, que ya es hora de dejar de echar balones fuera y de echar las culpas al Dios de Trento, quien quiera que sea ese señor.
Seguir con la leyenda negra, sea falsa o sea verdadera, es como conducir el coche con el freno de mano puesto.
Ese es nuestro único pecado.
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Su abuelo fue Ministro de Alfonso XIII, supongo.
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