
El liberalismo decimonónico aniquiló las libertades concretas; el comunismo exterminó las comunidades y pueblos reales; el socialismo aniquiló la vida social para someterla al más pegajoso de los estatismos; y, por tanto, cabe sospechar que el feminismo ha querido eliminar a la mujer sustituyéndola por un sucedáneo aún difícil de determinar.
Entre otras cosas porque incluso el clásico feminismo ha muerto en aras de un posfeminismo cambiante que niega las tesis que defendía hace escasas décadas entusiastas feministas con ardor. Un seguimiento del desarrollo teórico de feminismo evidencia sus contradicciones constantes, pero a nadie le importa un bledo. El sutil posfeminismo en cuanto que ideología alienante (que evita que pensemos las cosas como son) es una vorágine de discursos, excursos, exabruptos intelectuales, sin la más mínima ilación lógica (y lo dice uno que lo ha estudiado a fondo). Sólo hay un denominador común: el adoctrinamiento posfeminista es una construcción lingüística ingeniada para culpabilizar a aquél que meramente pretenda discutirla legítimamente desde un plano racional. Sólo querer abrir un debate sobre la ideología de género te aboca a ser lanzado al que sería el “décimo círculo” del infierno de un Dante, que le hubiera tocado inventar si hoy escribiera la Divina Comedia. Pues habría tenido que añadir en el infierno un último círculo dedicado a los “reaccionarios o facciosos”.
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