
Ya tuvimos la polémica propia del «postureo» de los que no saben hacer política. Todos los fracasos de Colau, a la hora de negociar los presupuestos fiscales del Ayuntamiento y el Plan de Actuación, quedaron convenientemente tapados por el asunto de la estatua ecuestre decapitada del General Franco, con la que se cebaron los nacionalistas, hijos de los que se forraron con el franquismo (como bien denunció el PSUC, Viu).
El caso es que la escultura ecuestre tiene su historia y su autor no fue un opresor madrileño, ni si quiera un extremeña. Fue un catalán de tomo y lomo: Josep Viladomat.
Ahí va la historia y contradicciones de esta escultura.
Viladomat, iba de burguesito antifranquista, aunque vivía en la Cataluña de Franco como un rey. De hecho se dedicaba a acusar a Frederic Marés –el autor de la estatua de la Victoria (en la confluencia Diagonal/Pº de Gracia), retirada de Barcelona y expuesta en el Born- de «fascista» y «sinvergüenza», por colaborar con el franquismo.
Un día el sempiterno alcalde franquista, Porcioles (que no sabía hablar castellano) decidió agasajar al Franco con una estatua, en agradecimiento por la cesión del castillo de Montjuïc. La fatalidad, casialidad, Providencia o ironía quiso que Viladomat fuera detenido bajo la acusación de contrabando. El escultor, con casa en Andorra, compró allí un coche (un famosos «haigua») que paseaba por Barcelona sin licencia.
Viladomat, como buen antifranquista de la época no tuvo reparos en suplicar ayuda a Porcioles. El alcalde movió hilos para que la cosa acabara en nada a cambio esculpir una efigie ecuestre de Franco. Ante el dilema moral, se demostró la consistencia antifranquista de Viladomat que aceptó rápidamente el encargo.
Y la escultura del Caudillo fue inaugurada el 17 de junio de 1963 en el patio de armas del castillo de Montjuïch. Y esta es la anécdota ilustra como se vivía y comía del antifranquismo en Cataluña.

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