No es ningún escándalo que al decretarse el Plan de Iguala (o Plan de las Tres Garantías), primera declaración de independencia del nuevo Estado Mexicano, el punto central del plan era latotal emancipación de la “América Septentrional” del Estado Español. Aquel grupo de militares realistas, nobles criollos y demás hombres de importancia de nuestro territorio, declaraban la total independencia de España con el objetivo de formar un nuevo Estado. La conformación de ese nuevo Estado y su jefatura, sí podría resultar escandaloso para los mal informados y adoctrinados por la educación propagandística de los regímenes posteriores. Y es que poco tiene que ver la mítica figura del Padre Hidalgo con la verdadera independencia de México.
Aunque pocos contemplen con amabilidad lo que estoy por decir, la revolución insurgente del Padre Hidalgo fracasó, y no fue hasta diez años después que la emancipación se llevó acabo de manera totalmente pacífica y sin ninguna relación con la anterior. No fueron diez años de guerra e insurgencia, sino diez años de relativa paz, los que precedieron a la verdadera independencia de México. Los motivos de dicha independencia, tampoco fueron la liberación de los esclavos (que existieron durante otros treinta y cinco años), ni la rebelión de los criollos por no poder alcanzar altos cargos (aunque algunos llegaron a virreyes), ni tampoco la introducción de las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa por parte de los jesuitas (expulsados desde 1767), así como tampoco lo fue la infiltración masónica del rito de York ni de los francmasones, apoyados por Riego y Poinsett. Así es, al contrario de todas las mentiras construidas décadas después como propaganda justificatoria de gobiernos contrarios a los verdaderos propósitos de la independencia, la total emancipación de España se llevó acabo por motivos totalmente distintos a los que la SEP, el Colegio de México, y la historiografía comercial nos suelen presentar.
La independencia de México fue organizada por una élite conservadora de criollos y peninsulares oponiéndose al golpe de estado de Rafel de Riego en Sevilla, que obligaba a S.M.C. el Rey Don Fernando VII (a quien Hidalgo tanto vitoreaba) a firmar la Constitución Liberal que éste y otros masones habían construido, en contra de su voluntad. La élite novohispana, poco adepta a estas ideas masónicas y liberales, se rebeló de inmediato, jamás habrían de aceptar ser gobernados por una logia ni acatar las ideas anti-católicas y anti-tradicionales de Riego y sus secuaces. Es por ello que ya en 1820, en cuanto la noticia del golpe de estado llegó a la capital de la Nueva España, un grupo de hombres poderosos y de ideas absolutistas (terminantemente contrarios a las ideas liberales de Riego), todos ellos pertenecientes a las altas esferas de la sociedad, de la Iglesia y del ejército español, se reunieron en la Iglesia de San Felipe Neri, en un cónclave secreto llamado la Conspiración de la Profesa, para actuar en contra de la imposición masónica cuyo poder pronto habría de hacerse efectivo en la América Hispana. En esa conspiración, pronto decidieron que aunque poco había que hacer ya en la Península, que el Reino de la Nueva España se habría de independizar en un nuevo Estado, cuya cabeza sería el monarca de las Españas, Su Majestad Católica Don Fernando VII, para que así, unidos por una misma cabeza, las leyes liberales de Riego no tuvieran efecto en los territorios ultramarinos del Imperio.
La conspiración fue pronto descubierta, pero no por ello sus conclusiones tardaron en llevarse acabo. El 24 de febrero de 1821, el Comandante en Jefe de los Ejércitos del Sur, Don Agustín de Iturbide y Aramburu, anunciaba el Plan de Iguala a los novohispanos, en el que invitaba a la independencia de la América Septentrional, llamado entonces Imperio Mexicano, configurándose como una monarquía hereditaria encabezada por S.M.C. el Rey Don Fernando VII. En losTratados de Córdoba, del 24 de agosto de 1821, se contemplaba que en el defecto de que el nuevo emperador no pudiera hacer efectiva la toma de sus posesiones, se solicitaba que enviara a uno de sus hermanos, el infante Don Carlos María Isidro o el infante Don Francisco de Paula, o bien a su primo el Archiduque Don Carlos de Austria-Teschen, a reinar en el nuevo Estado independiente. Todo esto fue ratificado en el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, del 28 de septiembre de 1821, documento máximo y definitivo de la Independencia de México, en el cual quedaba clara la intención de conformar una monarquía, cuya cabeza sería el mismo rey de antes, pero cuyos nexos con la Madre Patria, no serían ya los de un subordinado, obligado a acatar sus errores, sino los de un hermano emancipado, más parecido al estado de la Nueva España conCarlos I (Carlos I de España y V de Alemania), o el de una mancomunidad de naciones, similar a la Commonwealth británica, con una misma jefatura de Estado.
Tras el fracaso de doblegar a los liberales peninsulares para aceptar el nuevo orden de los reinos de la Corona Española, reinó la confusión entre los antiguos novohispanos, ahora mexicanos. Por presiones populares, se llegó a la deficiente solución de coronar a Agustín de Iturbide como monarca del nuevo Imperio Mexicano, y los lazos con España, y con el resto de la América Hispana, quedaron rotos involuntariamente y sin remedio alguno. Es entonces cuando podemos hablar de la influencia de la Revolución Francesa, de los masones, de los estadounidenses y de Poinsett. La monarquía claramente no les gustaba, y menos una monarquía católica, que defendía el orden, la religión, y la tradición de trescientos años de historia novohispana. Las ideas republicanas se infiltraron rápidamente a través de la masonería, e Iturbide, hábil militar, pero monarca deficiente, fue rápidamente destronado. Los Tratados de Córdoba, el Plan de Iguala, el Acta de Independencia del Imperio Mexicano y todos los demás esfuerzos fueron desestimados, y al final, los novohispanos que se levantaron para evitar la infiltración de las ideas liberales se tuvieron que doblegar ante la inevitable llegada de éstas, pero no a través de la burocracia imperial, sino a través de la masonería infiltrada. Esta masonería, se encargó muy bien de adoctrinar a los mexicanos en sus nuevas ideas, ocultándoles la historia verdadera y las rectas intenciones de sus verdaderos emancipadores, levantaron en glorias a figuras secundarias que poco amenazaban sus propósitos, y poco a poco intentaron destruir a sus opositores en todos los frentes, servidos de la Leyenda Negra y de la propaganda antiespañola que aún reina en nuestros días.
La historia de la masonería en México durante los siglos XIX y XX es harina de otro costal, y corto me queda este ensayo para ilustrar la influencia, la destrucción y la nueva construcción que éstos hicieron durante sus siglos de poder efectivo. No me queda más que añadir que tras casi doscientos años de asiento en el poder, los masones no lograron doblegar el alma de México, ni las Guerras de Reforma, ni los dos regicidios (de Iturbide y Maximiliano), ni los fatídicos intentos por eliminar totalmente la religión católica tras la Guerra Civil de 1911 (pues la Revolución de 1910 nada tiene que ver con lo que vino después), lograron eliminar completamente los restos de aquella alma novohispana de Sor Juana Inés de la Cruz, de Palafox y Mendoza, Ruiz de Alarcón, Luis de Velasco, Fray Bartolomé de las Casas, del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba.
En nuestros días, aún se escuchan resonantes los gritos de “¡Viva Cristo Rey!” y decenas de millones de personas peregrinan anualmente a la Basílica de Guadalupe, de Zapopan, de San Juan de los Lagos, el Santo Niño de Atocha y otros tantos. Políticamente, aunque pocos mexicanos vean ya viable la conformación de una mancomunidad de estados hispanos, unidos bajo la tutela de una misma corona, las voces empiezan a proliferar en las plumas de agudos intelectuales y las redes sociales. Porque el indigenismo no nos ha unido sino dividido, al final, ¿qué une a Hispanoamérica? Si no es el idioma español, la religión católica, la cultura hispana, y una historia común, que no comienza con la conquista de Cortés, sino con los orígenes de la monarquía visigoda y con el mecenazgo de los Reyes Católicos a Cristóbal Colón, entonces, ni la Pachamama, ni Quetzalcóatl lograrán la identificación de nuestros pueblos. No nos engañemos, tenemos una esencia e identidad común con matices diferentes, la conformación de los nuevos estados-nación (digo nuevos pues ninguno llega aún a los 200 años, aunque nuestros políticos se quieran adelantar a la verdad) no hace más que dividirnos, y aunque nunca podamos eliminar nuestras fronteras, sí podemos enfatizar los hilos que nos unen, que son los mismos que nos unían antes que los masones quebraran nuestros lazos. Porque algunos anhelamos el día en que dé igual nacer en Cuzco o en Montevideo, en Managua o en Cádiz, en Santander o en Veracruz, todos somos hispanoamericanos, hablamos el mismo idioma, rezamos al mismo Dios, tenemos la riqueza de nuestra historia real, y unidos podríamos ser la potencia que los masones han desarticulado siguiendo la divisa napoleónica de “divide y vencerás”. Si nos unimos somos más fuertes, seamos constructores de nuestro destino y no víctimas de nuestro presente.
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Me agrada su publicación, le felicito. Sólo no comprendo porqué el insulto a Sor Juana y demás ilustres personajes mencionados en su artículo al mencionarles en el mismo aliento que con Bartolomé de las Casas, el incauto padre de la Leyenda Negra antiespañola que tanto daño ha hecho a México y cuyo nombre los indigenistas antihispanos siempre llevan en los labios.
También mencionar que no es muy certero decir que hubo 10 años de paz antes de la verdadera independencia de México. Si bien es cierto que la insurgencia ya no tenía mucha importancia para antes de la mitad de la década, por esos primeros años sí que hubo importantes batallas donde los realistas se distinguieron con bravura.
Finalmente, la esclavitud se prohibió en cuánto fue creado el Primer Imperio Mexicano, nada más con una de las Tres Garantías, la Unión, que declaraba que todos los ciudadanos del imperio mexicano, de cualquier raza, eran iguales y libres. Es cierto que en lugares como el Norte se tuvo tolerancia indebida con respecto a las prácticas del anglosajón esclavista, pero aún así el dato queda.
Por lo demás le felicito y me queda muy grabada su frase: «Los masones no lograron doblegar el alma de México.» Ver que hay gente como usted que sabe y pregona la verdad siempre me alegra el día, ¡enhorabuena!
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Muy bueno el articulo, y también sus comentarios, pero en lo de la esclavitud, ya la habían abolido, los jesuitas, antes del grito de Dolores de 1810, y de la constitución de 1824. Ya era raro ver esclavos. ¿ quizás como La Nueva España, era un territorio, de más de 5 millones de kilometros cuadrados,,no se acataba, en los lugares más lejanos? Otro dato histórico, es que durante la guerra, de 1810 a 1821, ambos bandos, ya ofrecían la libertad a esclavos que combatieran a favor de sus filas, lo cual se cumplía. También hay que recordar, que al hablar de esclavitud, en la Nueva España, se referían a los negros, pues los indios, no eran esclavos. La reina Isabel, había decretado que los indios, no eran esclavos, y quedó plasmado, en las leyes de Indias, y la ley de Burgos.
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Hasta bien entrado los Borbones (por lo menos Carlos III), los indios eran súbditos del Rey de España exactamente igual que un catalán, un castellano, un napolitano, un flamenco, un valón, un borgoñón, un siciliano, un milanes…
Además, los nobles indígenas estaban equiparados a los nobles castellanos (como había pasado con los nobles del Reino musulmán de Granada tras la conquista -está en las Capitulaciones de Santa Fe -)
En México, además, había una relación muy especial entre el virreinato y las naciones indígenas que colaboraron con Cortés a derrotar a los aztecas (sus enemigos y caníbales); de ahí que cuando el nuevo Virrey llegaba a México a tomar posesión de su nombramiento, desde el puerto de Veracruz, en su camino hacia la capital, ciudad de México, iba recorriendo y haciendo una parada simbólica en las capitales de estas naciones.
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