1937, estamos en plena Guerra Civil. El frente de Bilbao cae y las tropas nacionalistas tienen que retirarse a Cantabria para entregarse después, definitivamente, a los italianos.
El Lehendakari José Antonio Aguirre aún alberga esperanzas de que el nacionalismo vasco tenga un papel importante en la guerra y formar unas unidades militares puramente vascas. El Presidente de la república, Manuel Azaña, y el Gobierno de Negrín se niegan.
Por eso Aguirre rechaza la oferta de trasladarse a Valencia donde estaba la sede del Gobierno republicano y decide instalar su «gobierno autonómico» en Barcelona. Companys y los nacionalistas catalanes lo ven como una oportunidad para que los nacionalismos contrapesen las políticas centralistas de la II República.
Aunque todos los políticos republicanos hacen ver que están unidos contra el Alzamiento nacional, en el fondo todos desconfían de todos. Ese es uno de los motivos de por qué la República perdió la Guerra.
Es muy significativa la frase de Negrín que Azaña recoge en sus memorias, al respecto de los nacionalistas:
Aguirre (…) no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca (…) lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga pedir dinero, y más dinero.
Azaña, Memorias políticas, p. 176 (entrada del 29 de julio de 1937). Azaña justificaba esta opinión del jefe del gobierno: «El ánimo de Negrín respecto de los asuntos catalanes está justificado en general».
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