El catalanismo fue promovido por los gobiernos de España… y luego ya no pudieron controlarlo


Jorge Soley en El Debate

En su libro El origen del catalanismo, Javier Barraycoa aborda las polémicas católicas del inicio del movimiento

Javier Barraycoa acaba de publicar El origen del catalanismo. Polémicas católicas en su génesis y su primera transfiguración. Conversamos con él sobre tan apasionante materia.

— En tu libro distingues en todo momento el catalanismo político de la catalanidad. ¿En qué se diferencian?

— La catalanidad se caracteriza por buscar las raíces de lo catalán; de hecho, en ningún momento los primeros catalanistas se mostraban con una inclinación política. Hay inicialmente dos ramas del catalanismo cultural, una católica y otra más laica, pero ambas tenían como denominador común que no querían que el catalanismo fuera un movimiento político.

— Dices que te ha movido a escribir este libro el hecho de que se haya escrito sorprendentemente tan poco sobre el origen del nacionalismo. ¿Por qué ese silencio?

— El nacionalismo necesitaba un relato. Ese relato tenía que ser lo suficientemente simplificado y lo suficientemente ecléctico para que en él estuviera mitigada la corriente del catalanismo católico y conservador. Esta corriente debía quedar compensada con la sublimación de un catalanismo de izquierdas que realmente nunca existió con la importancia que se le atribuye, al menos, en los orígenes del fenómeno. Este relato se construye a posteriori, y lo elabora Rovira i Virgili que era republicano y masón. En realidad, lo redactó como un proyecto de lo que luego debía ser una historia del nacionalismo catalán, pero el proyecto no salió a causa de la Guerra Civil. Este breve relato pretende presentar el catalanismo como una síntesis paritaria entre lo revolucionario y lo conservador. Como era lo suficientemente simple, ha quedado como un canon de la historia del origen del catalanismo que ha sido acogido de forma acrítica por la mayoría de historiadores.

— Rovira i Virgili pretende la convergencia de las ramas del catalanismo. ¿Qué hay de verdadero en ello?

Antoni Rovira y Virgili

— Ciertamente, su relato es profundamente manipulador. Todo nacionalismo intenta subsumir en su relato todas las corrientes ideológicas de la nación que reivindica, incluso las más contradictorias. Para Rovira y Virgili el objetivo era mostrar un catalanismo lo más alejado de las tentaciones tradicionalistas. Con otras palabras, proponer un catalanismo conservador y revolucionario a la vez, debía alejarlo de los posicionamientos católicos y de los sectores tradicionalistas de la sociedad. De ahí su famosa frase, cuando dice que «los herederos de 1640 (Guerra dels segadors) y 1714 (Guerra de Sucesión) son los carlistas de la montaña». Su propuesta de catalanismo debía alejarse de estos hitos. Esto lo escribe en un momento en el que la Lliga ya es un partido consolidado, al que votan mayoritariamente católicos y cuyos dirigentes son casi todos católicos. Y en un momento en que el republicanismo y el liberalismo se asoman nuevamente con su dimensión más anticlerical. Ello llevó a que los sectores más conservadores y católicos de la Lliga buscaran alianzas electorales con el carlismo. Ante esta circunstancia, Rovira i Virgili crea una narrativa para que el catalanismo no se desvíe hacia el tradicionalismo. Pero no nos engañemos, en ese catalanismo conservador ya estaba la semilla de un catolicismo liberal que llevó a la Lliga a constantes vaivenes y escisiones que acercaban la acercaban al republicanismo también.

— Entre la tesis del origen extrincesista del catalanismo y la intrincesista, ¿cuál crees que es más acertada?

— Creo que evidentemente la tesis extrincecista. El catalanismo no surge de las fuerzas morales y sociales de la Cataluña tradicional, sino de las influencias extranjeras que llegan a través del romanticismo. Incluso Torras y Bages reconoce que bebe del historicismo de Taine, sólo que a él le salva de estas influencias su formación teológica tomista. Mañé i Flaquer, famoso regionalista, se reconoce en el historicismo de Herder y de Hegel. Prat de la Riba propone que el origen del catalanismo está en el Volkgeist. Rovira i Virgili sostiene que el origen del catalanismo está en las ideas de la Revolución francesa. Por tanto, los grandes teóricos del catalanismo acaban reconociendo esta influencia extraña y foránea en la configuración de su catalanismo.

— ¿Por qué es tan problemático el romanticismo?

— El problema del romanticismo es su duplicidad: parece que es una reacción contra la Revolución francesa, por eso muchos catalanistas católicos se alimentaron del él. El estilo literario del catalanismo está contagiado de un organicismo pseudotradicionalista. Los católicos que se dejaron influir por el romanticismo creyeron encontrar en él argumentos contra el contrato social rusoniano que había utilizado como paradigma la Revolución francesa. Pero era una trampa intelectual porque el propio romanticismo tiene un carácter profundamente revolucionario, como se comprobará en toda Europa. El drama del romanticismo es que representa una falsa tradición, una tradición revolucionaria y por eso todo nacionalismo, incluyendo el catalanismo, adquiere esta característica de canto a las tradiciones y a la modernidad a la vez.

— Acláranos otro de los términos que usas: ¿qué fue el vigatanismo?

— El vigatanismo es un concepto muy complejo porque puede aplicarse a los austracistas en la Guerra de Sucesión o a los sectores católico-catalanistas decimonónicos. Hay que plantearse si el vigatanismo representa una de esas profundas corrientes en la historia de los pueblos que se van conectando actitudes colectivas a través de los siglos. Si consideramos el vigatanismo del siglo XIX, en cuanto tal, es también una realidad compleja. Teóricamente, representa el catolicismo tradicionalista de la plana de Vic (donde siglos atrás los austracistas se habían hecho fuertes). El vigatanisme decimonónico, sin embargo, representaba una extraña mezcla de catolicismo liberal en el orden práctico y un discurso próximo al integrismo y compatible con los ideales regionalistas. En el fondo, los «vigatans», como Mn. Collell -fundador de La Veu de Montserrat-, el obispo Morgades de Vic o Torras y Bages, su sucesor, eran hombres que estaban forjados en la Barcelona urbanita. Buena parte de los que decían representar el catalanismo católico de la Cataluña profunda, eran hombres modelados en la gran urbe burguesa.

— En este caldo de cultivo proto-catalanista, ¿qué importancia tuvo el Sexenio revolucionario?

— El Sexenio revolucionario fue muy importante porque hay toda una generación de gente muy joven que sufre la persecución religiosa y que tiene que huir de España al sur de Francia. Morgades, futuro obispo catalanista de Vic, fue un sacerdote joven, acogido en el sur de Francia por familias realistas francesas— Allí donde conoce el Apostolado de la Oración, del padre Ramière, y es el que lo introduce en España. Otros que pasan por esa experiencia son Mossén Collell y Mossén Cinto Verdaguer. Ambos escribirían en revistas carlistas. Pero ello simplemente una experiencia de juventud. Cuando vuelven a España son antirrevolucionarios, pero asumen el régimen de la Restauración (1874) como un poder liberal constituido donde tiene que encontrar su lugar el incipiente catalanismo. Se separan del carlismo porque no lo ven una opción viable y aceptarán el «malminorismo» como una norma de acción política. Una segunda generación de catalanistas, tendrán el sexenio revolucionario, la I República y la Guerra carlista como algo ya muy alejado y aceptarán sin ningún rubor el régimen de la Restauración, por mucho que en él se hallen contenidas, aunque no expresadas radicalmente, las tendencias revolucionarias de antaño. Todo ello quedará evidenciado con la llegada de la II República-

— ¿Qué papel jugó en el auge del catalanismo la crisis del turnismo?

— La crisis del turnismo, con el cambio de siglo y la crisis del 98, fue brutal. En Cataluña el Partido Conservador estaba absolutamente corrompido y el turnismo ya no funcionaba. Ante ello, la burguesía catalana tiene que buscar una forma de influir en Madrid al margen de un partido disfuncional. Es en ese momento cuando la burguesía atiende a la joven generación de Prat de la Riba y Cambó y la dota de los fondos necesarios para fundar la Lliga Regionalista y convertirla en un eficaz partido de cuadros. Es curioso que los propios catalanistas no se atrevieron a llamarla Lliga Catalanista y buscaron el adjetivo de «Regionalista», porque sabían que la sociedad catalana todavía era incapaz de entender el catalanismo y este se revistió siempre inicialmente como un regionalismo regeneracionista.

— ¿Y qué papel juegan los intereses proteccionistas de esta burguesía?

— Muchísimo. La burguesía aplaude y ensalza a obispos como Urquinaona o Morgades, que son senadores también, porque se declaran a favor del proteccionismo y contra el librecambismo. La burguesía catalana se había encontrado que Cánovas, fundador del nuevo régimen, era librecambista. El bando liberal había ganado la guerra al carlismo con la financiación y empréstitos de Inglaterra. Ella exigía al nuevo régimen la aplicación del librecambismo cosa que ponía en peligro a los intereses textiles de la burguesía catalana. No se puede negar que en el catalanismo este fue un asunto crucial para su popularización entre la sociedad catalana.

— ¿Tuvo algo que ver la lengua en estos primeros pasos del catalanismo?

— Los que iniciaron el mal llamado movimiento de la Renaixença escribían en castellano y en aquel entonces ninguno manifestó que la lengua corría peligro de desaparecer. La motivación por el estudio de la lengua catalana y sus expresiones literarias devenían de la antedicha influencia del romanticismo. Es cierto, no obstante, que a través de un cierto catalanismo eclesiástico se consolida el espíritu romántico. Mn. Collell manifestaba que en la lengua estaba el alma del pueblo y que este «fuego sagrado» debía ser preservado por los sacerdotes.

— ¿Cómo era visto Jaime Balmes en estos ambientes?

— El catalanismo eclesiástico intenta presentar a Jaime Balmes como un proto-catalanista, lo cual es muy arriesgado porque en su tiempo ni siquiera había aparecido el regionalismo como categoría política. El relato catalanista intenta autopresentarse como una idea articulada políticamente a mediados del siglo XIX, pero eso no fue así hasta 1901 cuando, por primera vez, se presenta la Lliga Regionalista en unas elecciones. Querer llevarse Balmes a su bando es demasiado forzado. Jaime Balmes no fue catalanista y me atrevería a decir que ni siquiera fue regionalista en el sentido que lo serían a finales del siglo XIX los Mañé y Flaquer o los Duran y Bas.

— Antes has dicho que a Torras y Bages le salvó el tomismo, ¿en qué sentido?

José Torras y Bages

— El tomismo, la devoción al Sagrado Corazón, las devociones populares como a San José… todo eso le salva porque le da un sentido de realismo que el romanticismo nunca tiene. En la tradición catalana, Torras y Bages se da cuenta de que el alma de Cataluña se forjó en la filosofía escolástica-tomista, algo que se ve muy bien en el derecho catalán, basado en lo consuetudinario y completado con el derecho canónico. Torras y Bages cuando es consciente que su idea de un catalanismo como pastoral, se convierte en una ideología política que no tiene reparos en connivir con los principios de la revolución francesa, recula. Al ser nombrado obispo de Vic ya se habrá desencantado de la Lliga Regionalista y sus dirigentes, a los cuales había formado espiritualmente. Rovira y Virgili ve a Prat de la Riba, que teóricamente es conservador de derechas, como «uno de los nuestros», un nacionalista verdadero, mientras que desprecia el catalanismo de Torras y Bages, pues argumenta que nunca antepondría a la «nación» catalana por delante de la religión.

— ¿Qué fueron las bases de Manresa? ¿Tuvieron algún impacto real?

— Las Bases de Manresa fueron fruto de una reunión de catalanistas en 1892. En ellas se expresa un catalanismo que parece emparentar con la tradición medieval de Cataluña. Pero vino a ser una especie de canto de cisne de un catalanismo que se presentaba como algo arcaizante. Pero pronto se iniciaría un catalanismo «práctico», «malminorista» y con la voluntad de ser un movimiento político «moderno». Las Bases quedaron como hito en el relato nacionalista, pero fue un encuentro que prácticamente no tuvo ninguna influencia en la vida social catalana. Pasó muy inadvertido. Los participantes no fueron muchos y casi todos eran de Barcelona, aunque se inscribían como de otras comarcas (donde tenían la casa donde veraneaban), y así se daba la impresión de que había acudido gentes de toda Cataluña. Las Bases de Manresa fueron también un intento más de aunar las distintas variantes del incipiente catalanismo. Pero al final ni convencieron al lado anticlerical ni al clerical y quedaron ahí olvidadas. En 1992, en el centenario de su celebración, el catalanismo ya gobernante intentó recuperar su memoria, pero no son más que la historia de un fracaso, como tantos otros proyectos del primer catalanismo.

— En tu libro argumentas y documentas que, frente a la opinión bastante extendida de que el catalanismo sería hijo del carlismo, más bien sería hijo del liberalismo de la Restauración, que le dio vida precisamente para desactivar el carlismo.

— En la Restauración borbónica y su Constitución de 1876, quedan excluidos republicanos y carlistas y se crea el famoso turnismo entre conservadores y liberales. El régimen necesitaba que el partido conservador recogiera el apoyo del catolicismo. Pero el catolicismo militante estaba representado principalmente por el carlismo, especialmente en Cataluña. El origen de una pastoral catalanista en esa ápoca, sólo puede entenderse desde la perspectiva de una estrategia católico-liberal para domeñar al catolicismo tradicionalista del Principado que controlaba las principales organizaciones católicas. Esta estrategia se descubre muy bien en los nombramientos de obispos, que necesitaban del permiso del Ministro de Gracia y Justicia, estudiando muy bien que no sean pro carlistas. Desde Madrid se aprobaron nombramientos de obispos catalanistas cuya principal misión era integrar a los católicos en el régimen de la Restauración. Obispos anticarlistas, pro-restauración y formalmente catalanistas, como Morgades fueron aplaudidos desde Madrid. Aunque, al pasar de los años, este tipo de eclesiásticos empezaron a preocupar, pero ya era muy tarde pues el catalanismo eclesiástico empezó a ser incontrolable.

— ¿Se puede afirmar que los gobiernos de la Restauración fueron clave para la génesis del nacionalismo?

— Yo creo que sí. Afirmar que el surgimiento del nacionalismo político fue posible gracias a las estrategias madrileñas respecto al catalanismo eclesiástico, suena muy rompedor, pero es así. Paradójicamente, la pastoral catalanista la inicia Urquinaona, que es un obispo andaluz. Esa pastoral catalanista, sin apoyo episcopal y gubernamental, hubiera muerto pronto. Los obispos como Urquinaona (Barcelona), Morgades (Vic y Barcelona), Vilamitjana (Tarragona) o Sivilla (Gerona), van promoviendo a importantes cargos eclesiásticos a los pocos sacerdotes que no son integristas, ni carlistas, ni tradicionalistas, sino catalanistas. El catalanismo eclesiástico se hace así fuerte gracias a estas estrategias promovidas por Madrid. Cuando llega la dictadura de Primo de Rivera, el catalanismo político queda inane, en cambio, el catalanismo eclesiástico ya es fuerte y representa la única resistencia real a la Dictadura. A partir de este momento los gobiernos centrales ya no pueden frenar el catalanismo que habían alentado. Se creó un monstruo que ya no se podía controlar.

— ¿Qué impacto tuvo el cisma integrista de Nocedal?

— El cisma integrista hizo mucho daño al tradicionalismo, sobre todo en lo que van a ser evoluciones posteriores psicológicas que derivarán en el nacionalismo. El integrismo abandona la defensa de un rey legítimo, para poner todas las esperanzas en otro Rey que es Cristo. Abandonando el legitimismo, se acabó aceptando de facto el régimen de la Restauración, aceptando un «malminorismo» que antes de la escisión abominaban. Son muchos quienes del carlismo pasan al integrismo, pero cuando se agota ese proyecto ya no regresan al carlismo, sino que abrazan el catalanismo aconsejados sobre todo por jesuitas. Es la trayectoria de Mn. Alcover, el gran lexicógrafo, quien reconoce en una carta a Prat de la Riba la ascendencia carlista de su familia, el paso por el integrismo y la llegada finalmente al catalanismo. Esta línea de «conversiones» aún debe ser estudiada en profundidad. Del integrismo jesuítico salieron muchas obras sociales que acabaron siendo la base de la democracia cristiana y de formaciones nacionalistas en Cataluña o Vascongadas.

— ¿Se puede decir que Prat de la Riba instrumentalizó la religión católica?

— Prat de la Riba era capaz de hablar en católico para los católicos y de hablar en liberal para los liberales, adaptaba su discurso a quien fuera. Los sectores del catalanismo eclesiástico quisieron crear la imagen de un Prat de la Riba ultra piadoso. Publican una biografía, poco después de morir, donde recogen esa imagen distorsionada. Al Prat de la Riba real rara vez le vieron comulgar. Sin entrar en su fuero interno, cuando Prat de la Riba se muestra como católico es claramente una estrategia. Supo jugar con todos y engañar a todos. Como ejemplo, decir que ensalzó a Mn. Alcover como el gran restaurador de la lengua catalana en la sección filológica de l´Institut d´Estudis Catalans. Pero cuando se dio cuenta de que tiene que contar para el catalanismo con sectores más liberales, apostó por Pompeu Fabra. Finalmente Alcover acabó marginado y renegando del catalanismo.

— En su proyecto cultural, ¿triunfó o fracasó Torras y Bages?

— Hay un cierto sentimiento de fracaso y también un cierto sentido de triunfo. Fracasa en su proyecto más inmediato, pues ese catalanismo que él soñaba, y que era una especie de regionalismo evangelizador, se había convertido en un movimiento político muy alejado de sus sueños. Los jóvenes que había formado en la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat, pasaron a formar los cuadros dirigentes de la Lliga Regionalista, que votaba —por ejemplo— a favor de la Ley del Candado (una ley anticlerical que impedía el asentamiento nuevas órdenes religiosas en España). Se dio cuenta que su sueño católico-catalanista había quedado fagocitado por un partido político al servicio de la burguesía y los intereses del liberalismo. Es entonces, coincidiendo con su nombramiento como obispo de Vic, cuando se vuelca a su labor pastoral. Como obispo va a dar muchos frutos, va a ser un obispo entregado a su diócesis y desarrolla magistralmente la doctrina católica en sus pastorales. Con motivo de la Ley del Candado, escribe la pastoral titulada Dios y el César, por la que recibe las felicitaciones del mismísimo Pío X. El magisterio católico de Torras y Bages supone su verdadero triunfo; el catalanismo que él soñó fue su fracaso.



Categorías:CULTURA, HISPANIDAD, MITES NACIONALISTES / MITOLÓGICAS, TRIBUNA

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