Franco en Mongolia


Iván Vélez en Disenso


Con el «año de Franco» llegando a su final, los actos planeados por el PSOE han pasado desapercibidos. Uno de ellos fue el concurso de chistes contra Franco organizado en la Cárcel Modelo de Barcelona

De vez en cuando, en una mudanza, en algún cajón recóndito, aparece una cinta de radio cassette. Un objeto desconocido para las nuevas generaciones. Un indicador del paso del tiempo. Muy de tarde en tarde, en un bar de carretera, permanece en pie un exhibidor de cintas. Bajo el plástico amarillento, a la espera de un improbable comprador, aguardan las carátulas de discos de Los Chichos, de Dire Straits o de recopilatorios de éxitos anuales. En las gasolineras se refugió Bambino e hizo fortuna Camela. En ese hábitat también se movió un género hoy en desaparecido: el de las cintas de chistes. Eugenio dejó grabado para siempre su «Saben aquel que diu…», Arévalo un soniquete: «A reír, a reír/con los chistes de Arévalo/a reír, a reír/con su buen humor». Frente al cáustico catalán, los chistes de Arévalo hacían mofa de homosexuales –mariquitas en aquel tiempo- y gangosos. Chanzas hoy arrumbadas. Los humoristas de entonces, según se dijo, se conjuraron para evitar un tema del que hacer gracias: la banda terrorista ETA. Al cabo, la sátira también tiene límites.

Frente a esa reserva voluntaria, la trasgresión de los confines establecidos se encarece cuando se habla del humor dentro del franquismo. Si los cantautores mandaban mensajes crípticos en sus letras y las actrices recortaban sus faldas tras la inspección del censor, las tiras cómicas de la prensa trataban de burlar las restricciones. Nada nuevo, pues cada tiempo político, incluido el actual, acota el terreno de la crítica. La risa, como sostuvo Groucho Marx, es una cosa muy seria.

«La Ley de Memoria Histórica vino a dar envoltura jurídica a la maniobra y dádivas al bando que orbitaba alrededor de Ferraz»

Si el franquismo, una vez fenecido, quedó envuelto, con propósitos propagandistas, en sombras que había que esquivar, la llegada al poder del PSOE, partido encargado de culminar planes larvados durante décadas, aportó un género humorístico: el de los chistes protagonizados por Fernando Morán, uno de los principales actores del ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Los despistes del ministro socialista dieron cuerpo a infinidad de chistes. Se trataba, en todo caso, de humor blanco. El propio de una época de bonanza que pronto mostró su reverso en forma de crisis.

Tras el aznarato llegó el zapaterato. Y con él la conveniencia -así lo filtró aquel micrófono abierto- de que hubiera tensión, división. Con Zapatero llegó la obligación de exhibir a los abuelos que habían combatido en la Guerra Civil, reeditada en forma de debate maniqueo. La Ley de Memoria Histórica vino a dar envoltura jurídica a la maniobra y dádivas al bando que orbitaba alrededor de Ferraz.

En tiempos difíciles…

Con el regreso del PSOE al poder, esta vez desprovisto de cualquier tipo de escrúpulo, es decir, de la misma cantidad de ellos que atesora Pedro Sánchez, la ley memorística mutó a democrática. Era necesario estirar el chicle guerracivilista. Salpicado por todo tipo de corruptelas, con la ley de amnistía a los golpistas a la cabeza, Sánchez reparó en que en 2025 se cumplía medio siglo del fallecimiento de Franco. Todo un filón que había que explotar. Así, bajo los auspicios del Ministerio para la Transformación Digital y de la Función Pública, se puso en marcha el programa 50 años de España en Libertad.

«El pasado 1 de octubre se hizo una representación de chistes contra Franco en la antigua prisión de La Modelo de Barcelona»

Con el aniversario cercano a su final, pero con un hito fundamental pendiente, el de la fecha del óbito del general gallego, los actos conmemorativos han pasado bastante inadvertidos, lo cual no ha impedido que comisionados, conferenciantes y artistas de variado pelaje, muchos de ellos practicantes de un antifranquismo post mortem, hayan hecho caja. Por lo que respecta al impacto público, los fastos han tenido poco recorrido. 

Encuadrada dentro del calendario conmemorativo, el pasado 1 de octubre se hizo una representación de chistes contra Franco en la antigua prisión de La Modelo de Barcelona. La intención era rescatar un humor calificado de «clandestino». Los impulsores de esta iniciativa fueron el artista plástico Eugenio Merino, que en su última exposición presentó un lavavajillas cuyos platos tenían los rostros de Donald Trump o Elon Musk, el historietista argentino, Darío Adanti, vinculado a la prensa subvencionada y fundador de la revista de sátira alienada con los poderes políticos españoles hegemónicos Mongolia, el Observatorio Europeo de Memorias de la Fundación Solidaridad y el Ayuntamiento de Barcelona.

El acto contó con el respaldo de Paul Preston y de Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, antaño director de contenidos del programa Caiga quien caiga, producto encargado de ridiculizar a políticos de la derecha y la derechona, que se trató de recuperar recientemente para combatir a la ultraderecha y a la extrema derecha que campean por España. La lucha contra ese tigre de papel no tuvo, sin embargo, éxito entre la audiencia.

«El Gobierno destina ingentes cantidades de dinero para fortalecer a broncanos frente a motos»

La heroica jornada en La Modelo tuvo un escaso impacto popular, sin embargo, y nunca mejor dicho, la ceremonia tuvo mucho de ilustrativa. Desde hace tiempo sostengo que los cómicos son los principales creadores de opinión en España, pues los sesudos ensayos que se publican apenas llegan a sectores cerrados con escasa influencia más allá de sus círculos. «Un humorista me ahorra cien politólogos». La paráfrasis de la fórmula francesa del cura y los gendarmes resulta ajustada a nuestra realidad, en la que el Gobierno destina ingentes cantidades de dinero para fortalecer a broncanos frente a motos, o en la que vocingleras propagandistas repiten argumentarios trufados de frases ocurrentes, de lemas simplistas, como esos chistes que la memoria (democrática), por boca de los graciosos afectos, recupera para ofrecer una pequeña dosis de heroísmo antifascista.



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