Axel Seib

En una de mis cada vez más escasas visitas a la red social X, he encontrado un comentario que merece mucho análisis. El comentario es una respuesta del típico progre obsesionado con el neoliberalismo y el fascismo como ejes del mal en los que cabe cualquiera que no le aplauda los pedos. El comentario, una especie de justificación de jugar sucio y sin reglas en unas elecciones, reza literalmente así:
«El objetivo en la acción política es alcanzar el poder para gobernar y así aplicar las medidas que considera necesarias para que SU modelo de sociedad funcione como él o ella tiene en mente.».
Me parece interesante que no haya mención a la democracia, a someterse a los procedimientos, al estado de derecho, a la separación de poderes, a las garantías y un largo etcétera que, se supone, separa nuestro sistema político de una tiranía cualquiera.
Solo hay un enorme «cualquier cosa por el poder y ajustar la sociedad a mis caprichos con la fuerza del estado». Si no fuera porque luego, ese progre promedio, publicaba un vídeo defendiendo el «derecho a un techo» con Richard Gere haciendo de Pepito Grillo, diría que nos encontrábamos ante la verdadera voluntad del progresismo. La imposición a cualquier precio de los fetiches sociales de algún tarado con el beneplácito de las élites financieras y el apoyo de una masa de botarates con ínfulas.
Es broma, la realidad es esa, por desgracia. Ese sujeto tuvo un alarde de sinceridad y de clarividencia. Vivimos en un sistema competitivo en el que el que tiene más papeles en una caja, cree que puede hacer lo que quiera. Que haya que mentir, engañar, manipular, traicionar o, llegado el caso, destruir la nación que se pretende gobernar, no son más que meros medios para conseguir lo importante. ¿El bien común? Jamás. Nunca fue el tema sobre esto. La cuestión es el poder. Nada más. Ni moral, bien común o alto sentido de la responsabilidad política. Todo por el poder. Y con el poder, imposición e impunidad.
Ese mismo zote con pretensiones puede publicar mucho sobre «derecho al techo», sobre el respeto a las minorías, sobre la liberación de Palestina y ser miembro fundador de la Asociación Jienense de Alcaparras Dos de Octubre. Pero todos sospechamos que, en el fondo, si no le caes bien por ser demasiado blanco, honrado, tener familia o conciencia nacional, disfrutaría dejándote sin casa o viéndote apaleado por alguna de sus minorías oprimidas.
Yo pensaba que gente como esa jamás reconocería públicamente sus apetitos y pensamientos más profundos. Pero me alegra que alguien se haya calentado y dicho lo que millones de españoles callan para aparentar lo contrario.
No sabe lo que le agradezco a ese personaje siniestro, su comentario. Era un secreto a voces, pero siempre viene bien que un tonto cante. Así no se puede decir que todo es una teoría de la conspiración.
Al final, detrás de mucha palabrería de bien común, de democracia, de derechos y mucho blablablá biensonante, hay lo que hay. Y lo que hay, es aquello de lo que acusan a los demás. La mayor tiranía e inmoralidad posible. Bien sazonada con mezquindad.
En el fondo de todo buen idólatra de gente sin moral ni vergüenza, hay lo mismo que que abunda en sus ídolos.
Dicen que las apariencias engañan. Y, a veces, es cierto. Hace mucho tiempo que me di cuenta que aquellos que me vendían como mis opresores, eran los únicos dispuestos a defenderme sin pedir nada a cambio. Y, también, que aquellos que se llenaban la boca con derechos y lucha por el bienestar, eran los que insistían en destruir cualquier atisbo de esperanza en el futuro.
Por eso agradezco, como digo, que alguno de aquellos que han convertido el ir gritando por la calle que son nuestros «héroes sociales» en su negocio, revelen su verdadera cara. La cara deforme y repugnante de aquel típico delincuente que necesita mostrarse simpático y afable para invadir el espacio personal de su víctima. La misma cara que insiste en que los malos son aquellos que quieren combatirle.
Al final, su democracia va de eso. De ganar y someter. La inmoralidad, su camino.
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