Lo que la tolerancia posmoderna esconde


La persona tan obsesionada con la tolerancia y en llamarse «tolerante» no es más que un cobarde y un miserable que se aferra a un vicio mezquino que quiere tratar de virtud. Y me explico.

Axel Seib

Creo que tengo que señalar y analizar a un tipo de persona que corre por nuestras sociedades sin ningún tipo de control. Personas que parecen normales, incluso razonables, pero no lo son. Me refiero a las personas que se definen como «tolerantes». Yo he llegado a ver a gente que se recrea en su definición como «tolerante» hasta niveles de creerse que, realmente, eso es una cualidad de la que sentirse orgulloso. Aunque no es el caso.

La persona tan obsesionada con la tolerancia y en llamarse «tolerante» no es más que un cobarde y un miserable que se aferra a un vicio mezquino que quiere tratar de virtud. Y me explico.

La persona «tolerante» de la posmodernidad siempre lo es para la inmoralidad, el crimen y la violencia. Todo aquello que sea abiertamente dañino, para esa persona «tolerante», es lo que debe ser tolerado.

Podemos ver hasta la más dolorosa arcada que el mundo está lleno de «tolerantes» que permiten e, incluso, justifican con la más retorcida inmoralidad, cualquier acto criminal. Al «tolerante» posmoderno le resulta propio hacer la vista gorda ante asaltos, tráfico de drogas y todo tipo de violencia contra inocentes. A ese imbécil contemporáneo le parece normal y positivo permitir las mayores atrocidades y la más repugnante corrupción moral. Pero su falsa tolerancia se acaba y se revela como verdadera mezquindad, lo que siempre fue, cuando alguien reclama no ser víctima de vicios e inmoralidades ajenas. En ese momento, el «tolerante» saca la artillería y muestra su verdadera cara, la de la malda, la cobardía y la bajeza moral. El mismo ser abyecto que puede hacer la vista gorda ante agresiones a niños por parte de bandas de «jóvenes», rápidamente pasa a ponerse agresivo y a exigir castigo si algún padre de los niños agredidos exige que los criminales paguen las consecuencias de sus actos.

La tolerancia posmoderna no es un valor, no es una cualidad. Es el reducto semántico en el que los miserables y la escoria se esconden para poder ser los mejores aliades de los criminales.

La tolerancia no existe por sí misma. Es un valor que necesita referencias. La tolerancia por la tolerancia es la nada. O peor, una forma seductora que toma el mal. La tolerancia únicamente puede existir cuando hay algo más detrás, cuando hay algo que defender. Cuando tengo un código moral férreo y puedo ser sensible a que alguien lo vulnere, aunque sea accidentalmente, se me puede exigir tolerancia.

En cambio, cuando no hay ningún código moral, nada a defender, sencillamente vileza y deseo de justificar vicios, no hay tolerancia, hay un recurso retórico para la autojustificación.

Toda la morralla surgida y sucumbida a la lúgubre lumbre del relativismo, la inmoralidad, el hedonismo y la mezquindad, se aferra a esa única palabra. Y suena bien. La tolerancia posmoderna tiene buen marketing. Es una marca que vende. El problema, es que como todo pretexto cumbayá, suena bien pero apesta. Y no hay forma que una palabra vacía oculte la excremencia y el hedor a decadencia que ella misma produce.

Que no os engañen, el tipo promedio que se llena la boca de tolerancia, busca justificar su inmoralidad. Pretende que su bajeza deba ser permitida porque él la permite en los demás. Interesante que esa gente no muestre la misma permisividad con quién muestra algún tipo de virtud. Su tolerancia la reservan para el mal. Para la virtud no tienen más que ensañamiento y cuestionamiento. Es el borracho bien ahorrado a la botella pero poniendo en cuestión al abstemio. Es el ladrón abrazado a su socio mientras cuestiona la generosidad ajena. La historia de siempre. La solución, también.



Categorías:BREVIARIO, CORRECCIÓN POLÍTICA, CULTURA, DECADENCIA OCCIDENTAL

2 respuestas

  1. En la foto aparecen 4 «tolerantes», o 3 «tolerantas» y 1 «toleranto»…

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