María José Ibáñez Rodríguez

La ideología woke, que hoy rellena de corcho las cabezas vacías de un montón de aprendices de intelectual, no tiene en absoluto una base cultural ni científica. Ni siquiera posee un mínimo sentido sociológico. Es un tétrico engranaje que aleatoriamente alguien construyó para blindar cualquier influencia ajena a un sistema de pensamiento irracional basado en el enfrentamiento, ya manido, entre opresores y oprimidos.

Es decir, entre buenos y malos. Su principal objetivo es generar un odio entre las personas, que casualmente resolverán desde un poder único y omnímodo: el Ministerio de la Verdad. En lo alto ellos, los que dictaminan lo políticamente correcto y otras memeces simplistas y represoras, que garanticen su permanencia así como el control político y económico global.

Este choque es la base de la interseccionalidad que dice analizar la realidad a partir de privilegios: el privilegio “blanco” el “guapo”, el “hombre”, el “joven”, el “sano”, el “inteligente”, el “esbelto”. Para enunciarlo en su estilo ramplón, ignorante y cateto, sería más de su agrado decir el privilegio “guape, guap@, guapx”. De esa manera ya estaría yo pertrechada para salir a combatir cualquier vestigio de heterpatriarcalismo coitocentrista y eurocéntrico, o lo que sea.

Así asistimos a las primeras campanadas woke de RTVE. Una mujer con apariencia de bacante (con b) y un hombre de sátiro llegaron subidos en el muy progresista automóvil de él. En esta pareja ejemplar pudimos observar dos ramas de esta apañada interseccionalidad. Ambos realmente no privilegiados y bastante dignos de pena, por mucho dinero que les paguen para interpretar su papel.

Pero ya está bien de idioteces. A nuestra cultura pertenecen los conceptos de lo apolíneo y lo dionisiaco, relacionado también con los conceptos de eros y thanatos. La bacante como símbolo de lo amorfo y caótico y el sátiro como depredador sexual irreverente con una risa tóxica y prepotente. Ambos del ámbito dionisíaco.También hay que recordar la comparación de visiones femeninas en las que la bacante estaría más cercana a la maciza representación femenina de la Venus de Willendorf que de la de Nefertiti.

Así hemos visto cómo estos pobres oprimidos por la cultura eurocentrista, a la que pertenecen y de la que comen, triunfaban colonizando la tele pública y nuestra celebración.

Pero, mira por donde, que la presentadora, como quien no quiere la cosa, nos dio la campanada final cuando mostró una estampa en la que se veía una vaca con el Sagrado Corazón de Jesús. Es decir, la pobre y rumiante vaca era eclipsada por el privilegio de la cultura católica simbolizada por un corazón. Cobró protagonismo ese episodio “reivindicativo” en unos días en los que celebramos la llegada al mundo del Niño Jesús, un malvado bebé binario que para los cristianos es el Rey de los Cielos. El niño que nace en un pesebre arropado por un buey y una mula, porque su joven madre no tuvo ni siquiera una casa donde dar a luz. La historia de la humildad y la indefensión más absoluta. Allí brilló por primera vez ese sagrado corazoncito sobre las tinieblas de un mundo aún falto de humanidad, lastrado por el poder, la sumisión, el vicio o el perfeccionismo vacuo. Allí nace el porqué de la existencia humana. En el sagrado corazón de un ser humano entre pajas.

Esa inocencia que vino para hacernos brillar como personas por el amor, fuente de toda virtud, única guía frente al ansia de poder y de dinero, la esclavitud y la mentira.

Y, desgraciadamente, las vacas (algunas), nos pueden dar leche y calor. Pero no puede brillar en ellas ningún Sagrado Corazón pues sólo son eso: vacas, con corazón de vaca. No pueden ser libres, ni rebelarse contra el poder, porque son puro estómago.

Tampoco los sátiros, aunque de apariencia humana, alcanzan a entender qué significa el corazón, porque simplemente no tienen la más mínima noción de lo que es el respeto.

Supongo que el privilegio debe ser la capacidad de amar sobre la de rumiar, por parte de la vaca y el de la humildad frente a la soberbia del sátiro.

Espero que os hayáis repuesto ya de la profunda repugnancia que nos provocaron a todos las campanadas de la 1. Supongo que vosotros tampoco pudisteis, ni quisisteis, tragaros ni una uva.

Categorías:CULTURA, DECADENCIA OCCIDENTAL, RELIGIÓN, TRIBUNA