La paz no es pasividad. La tolerancia no se impone.


Axel Seib

Querría tratar sobre un tema del que todos somos conscientes, pero del que preferimos no acordarnos ni verbalizar. Seguramente para no molestar. O por miedo a la censura. O por pura vergüenza.

Que me disculpen por no recordar el autor, pero constaba escrito que las sociedades con más tendencia a la violencia en su seno, más reforzada tenían las reglas de cortesía y hospitalidad. Sociedades en que sus miembros son muy capaces de abrirte el melón por una falta de respeto, son las mismas sociedades que se van a cuidar muy mucho de guardar el debido respeto a todo aquel que no ha hecho nada malo. El principio, quizás duro, también es muy justo. La saña se emplea contra quién incumple, pero se guarda todo el respeto a quien lo merece.

No hace falta verlo en sociedades distantes. Somos muy capaces de entender que nuestra propia sociedad fue así hasta cierto punto. Aquella sociedad española más predispuesta a la guerra, también era la más decorosa. Búsquese la explicación que se quiera, pero suele ser así. Cuán más delicada y fina es la línea que va entre la paz social y la sangre derramada, más se guardan las formas. Pero en el momento en que cualquier ofensa, ataque o violación del más básico respeto a los demás se permite sin castigo, la sociedad más decae. Y se me podrá decir que es preferible una sociedad más «irrespetuosa» pero más libre y menos proclive a la violencia. Pero es falso. Nuestras sociedades no son menos proclives a la violencia. Lo son únicamente por un lado. Aquel que más incumple y menos castigo se lleva, más comienza a cebarse contra la sociedad. Podemos verlo. La sociedad española se divide entre quienes aguantan estoicamente chaparrones de todo tipo, mientras otros se pasan el día llorando porque alguien les obligó a pagar un billete de tren mientras iban acosando a mujeres en un vagón.

España, como otros países occidentales, han caído en una dinámica en que se ha confundido la paz con la pasividad. Para muchos es así, pero porque han interiorizado esa analogía como forma de supervivencia. Se entiende, hipócritamente, que hay paz mientras rehuimos el conflicto. El español promedio quiere creer que mientras agache la cabeza y pueda aguantar la tormenta, el agua no le cala. Pura actitud de sometimiento. No mirar a los ojos ni desafiar al predador. Estar quieto y esperar que no huela tu miedo. O peor, jalear y ayudar al predador cuando alguien tiene la dignidad de defender su integridad y el orden. La típica imagen de charitos y mangarranes grabando y acosando a un miembro de la seguridad que trata con un criminal que, además, se resiste. Quizás crean que ese criminal, luego, les dejará en paz por haberle defendido. Nunca hay que menospreciar a ése tipo de gente. Pueden ser mezquinos. Pueden ser cobardes. Pero nada les impide ser, también, gilipollas.

Pero cabría analizar por qué nos hemos vuelto así. Daría para muchos teorías y argumentos, pero hay básicamente un frente que lo abarca casi todo.

El perder la conciencia grupal, caer en el peor individualismo y relativismo moral, unida a esa archiconocida política de estado de «perdona al asesino, humilla al muerto«. Todos sabemos que el estado se niega a darnos protección. Sea seguridad física, jurídica o de nuestra propiedad. Jamás nos dará protección, ya lo he dicho. Pero se encargará celosamente de darnos el mayor castigo si buscamos la seguridad por nuestra cuenta. Asumimos que no debemos defender nuestra casa ante asaltantes, no vaya a ser que un encapuchado se haga un padrastro y nos denuncie. Asumimos que denunciar un robo es inútil. Muchas horas y dar explicaciones para que la policía no haga nada. E interesa más desincentivar las denuncias, porque luego las estadísticas de criminalidad se le ponen en contra al gobierno. La sociedad española debe recordar que la paz no es agachar la cabeza ante los problemas. Es hacerles frente para que no vuelvan. Y la tolerancia es una actitud de respeto, no miedo al estado. Cuando recordemos eso, quizás recuperemos la paz y la seguridad.



Categorías:OPINIÓN, TRIBUNA

1 respuesta

  1. Tiene toda la razón, no hay más que ver que a la concentración diaria de la calle Ferraz de Madrid, a protestar por los despropósitos del gobierno y sus aliados y la ineficaz actividad de la oposición, va un número mínimo de personas, con constancia y decisión, poniendo todo su empeño en contribuir a salvar este maravilloso pais.

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