Puigdemont era un entusiasta de Canadá, su Constitución hipertensión democrática, el Quebec, los esquimales, las focas, …. De hecho pensaba que sería su suiza neutral más allá del atlántico para refugiarse en caso de que en Waterloo se pusieran mal las cosas.

Cuando intentó visitar el país de la Policía montada, el Gobierno no le dejó entrar en el país. Como un niño con pataleta, Puigdemont ha escrito una carta abierta a los canadienses. Veamos las perritas que les suelta:  «Pensé que Canadá, que siempre ha disfrutado de una gran aura de ejemplaridad internacional, sería más acogedor«.

Acusa al gobierno canadiense de ser poco democrático y que apoya «a la peligrosa tesis, tan querida por la extrema derecha y que, por desgracia, gana influencia en España, de que la participación de un electo en la celebración de un referéndum de autodeterminación puede ser legítimamente punible con condenas penales».

En un alarde de cultura general, de esos de los niños de la ESO de ahora, Puigdemont dice en la carta que hay «paralelismos» entre la historia de Cataluña y del Quebec en el ámbito político, lingüístico y cultural. O sea, que no tiene ni idea de la Historia de Canadá.

Puigdemont es de esos que pertenecen al Club de los que tienen derecho a poner el marchamo de facha a quien les apetezca.

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