Noche heladora en la Cataluña profunda. Frío glaciar en una de las ciudades fetiches del rebelde estado catalibán. Vich, epicentro del separatismo más provinciano y cerril, se viste de gala para recibir a sus Majestades de Oriente. Según S. S. Benedicto XVI, en su libro La infancia de Jesús, más que de Oriente podían provenir de Tharsis o Tartessos–, un reino que los historiadores ubican en algún punto indeterminado entre las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla.

Niños pequeños con las manos congeladas portando en sus manos ateridas unas cajas de palomitas vacías. Infantes, en su mayoría, todavía sin uso de razón. La sinrazón viene de los padres que los adoctrinan en un país que no existe, como la inexistente universidad de Eaton de Gabino Diego en Amanece que no es poco. Los Reyes Magos son los padres. Los Països Catalans una quimera, como el mito de la caverna de Platón.

Las cajitas de palomitas o farolillos de cartón han restado presupuesto a las vestiduras reales y su séquito (ataviados con un pañuelo blanco, una capa de tela morada y amarilla y una camiseta térmica de Decathlon).

La “brillante” decisión de politizar la cabalgata ha provocado fuertes divisiones intestinas en las huestes separatistas. El caballero Rufián y el otro chiringuito Omnium cultural mostraron su desacuerdo. Incluso la el instrumento de propaganda TV3% ha sentido vergüenza de mostrar a los pequeñuelos tiritando con las cajas de palomitas y ha mirado hacia otro lado.

El Govern de los separatistas, que no el de todos los catalanes, sigue empeñado en superarse en el libro “Guinness de los ridículos”. Ante tanto despilfarro cabe preguntarse si reciclarán las más de 2000 cajitas en las urnas de cartón para el patético referéndum ilegal, que cotiza en billetes de monopoly o en su defecto para envolver calçots. Más sugerente y apetitosa esta última opción.

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