
La derechona burguesa y bien perfumada catalana pierde fuelle en las encuestas, situándose por detrás de Ciudadanos y a la baja como los polvorones en febrero. Fagocitada por ERC que surfea sin desgaste político en la cresta de la ola y acorralada por los neo-populistas de la CUP, en una década ha pasado de ser la fuerza mayoritaria, a mendigar un lugar en la historia, tirando selfie guerrillero y tuit hiperventilado para alimentar una “desconexión” –subvencionada por el Fondo de Liquidez Autonómico-, que a estas alturas ha tocado techo. Es por este motivo, y no otro, que suplican que Colau y los suyos se sumen al disparate del micronacionalismo arancelario, porque las cuentas y los cuentos no salen y el tiempo apremia.
Ahora ya solo queda el intento desesperado por figurar en primera línea del golpismo que se avecina en 2017, en 2018 o dentro de cincuenta años, porque el proceso parece no tener fecha de caducidad. Retroalimentado infinitamente desde los medios del Règim, se percibe como la única estrategia para seguir viviendo de la sopa boba y la promoción social. Los tiempos están cambiando, pero todavía no es el momento de acabar con los vicios adquiridos que tan excelentes dividendos han repartido al catalanismo y a los catalanistas de toda la vida.
Esa derecha, sin ética ni estética conocida, y que por supervivencia política se ha visto empujada a arrejuntarse con extraños compañeros de viaje, acabará a “garrotades” y con unas cuantas cabezas quebradas a cielo abierto en ambas tribus. Porque para los primeros, la patria sigue siendo esa “botigueta” revestida de la mística necesaria para el autoconsumo local, y para los segundos, un guateque psicodélico sin final.
Menuda ruta del bakalao nos espera.
Sandra Ventura
Categorías:POLÍTICA
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