Cardó podía ser condescendiente, pero mucho más comprensivo que el nacionalismo radical. Por las mismas fechas, l’Esquella de la Torratxa, la conocida revista humorística, comentaba una visita a Barcelona del alcalde de Murcia y del presidente de la diputación de la provincia, como huéspedes de honor del Ayuntamiento. La noticia les provoca una indignación incontenible: “¿Más murcianos todavía?” Con el estilo sarcástico que la caracterizaba, la publicación supone que la delegación viene para ver si en “nuestros” hospitales quedan más plazas para enviar a gente de “su” tierra. Un refrán castellano les pone en bandeja la conclusión: “¿No quieres caldo? Tres tazas”(1).
Un año después de que apareciera esta sátira, varios prohombres del catalanismo, algunos tan distinguidos como el lingüista Pompeu Fabra, firmaron un manifiesto de título elocuente: “Para la preservación de la raza catalana”. Con vistas a alcanzar este objetivo se proponía la creación de una Sociedad Eugenésica, destinada a valorar las ventajas y los inconvenientes de la mezcla entre catalanes y españoles. Mientras tanto, en los círculos bienpensantes se insiste en que los trabajadores inmigrantes acostumbran a ser peligrosos radicales, dados a protagonizar huelgas, todo lo contrario que los sensatos obreros catalanes. La propaganda burguesa presenta entonces el anarquismo como un maléfico invento traído a Cataluña por los murcianos.
Se explica así porque se reclamaba, en medios empresariales, el traspaso de las competencias de orden público a la Generalitat. ¡Hacía falta un instrumento con el que meter en cintura a las clases peligrosas! La falta de atribuciones también constituía un handicap en otro sentido, al impedir que el gobierno autonómico seleccionara a los emigrantes. El demógrafo Josep Antoni Vandellòs planteaba esta queja en su libro Cataluña, poble decadent (1935), en el que alerta sobre la llegada de población no asimilable.

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