La izquierda, la violencia y el «pero»


Lo Rondinaire

Aunque pensamos que no tiene sentido hoy en día dividir la lucha política entre izquierda y derecha, vamos a seguir refiriéndonos a la izquierda como tal simplemente porque todos sabremos a qué nos referimos: a los que defienden el homosexualismo, el supuesto ecologismo, el transgenerismo, el feminismo, la inmigración masiva, el racismo contra los blancos, el animalismo, el aborto, el rechazo al cristianismo, etcétera.

Como todos saben, un joven conservador, Charlie Kirk, fue asesinado de un tiro el pasado día 10 de septiembre. El supuesto asesino es un joven blanco de izquierdas. Aunque circulan, como siempre en estos casos, teorías alternativas a la oficial —como la autoría del Mossad por sus críticas al papel de los judíos en la promoción de todas las aberraciones izquierdistas—, vamos a dar aquí por bueno que, efectivamente, el joven que  disparó mortalmente a Kirk, Tyler Robinson, lo hizo por iniciativa propia, porque este artículo no versa sobre la autoría del crimen sino sobre la naturaleza de la izquierda política actual, la izquierda progresista o woke, esa izquierda posmoderna que abandonó la lucha de clases para asumir la defensa de las «minorías», supuestas víctimas del heteropatriarcado blanco. La reacción de muchos, muchos progres ha sido sencillamente repugnante.

Probablemente tenía mucha razón Theodor Kaczynski[1] —conocido como Unabomber— cuando definió el izquierdismo como un «tipo psicológico» más que como un movimiento o una ideología, aunque sí, es también ambas cosas. Kaczynski atribuía a los izquierdistas dos tendencias psicológicas características: el «sentimiento de inferioridad» y la «sobresocialización». Respecto de lo primero, les atribuye —generalizando, claro— «baja autoestima, sentimientos de impotencia, tendencias depresivas, derrotismo, culpa, autoaborrecimiento, etc.». Este tipo de personas, defiende Unabomber, son contrarias al espíritu competitivo y «odian todo lo que tenga una imagen de ser fuerte, bueno, y exitoso», razón por la que «odian América[2], odian la civilización occidental, odian a los varones blancos». Esta debilidad les lleva al colectivismo, a buscar la fortaleza que no tienen en un movimiento de masas, del mismo modo que les lleva a identificarse con los que entienden son «víctimas», es decir, con las «minorías» o con aquellos que, en su opinión, han sido injustamente tratados, sea ahora, sea en el pasado. En la misma línea se sitúa Nicolás Gómez Dávila, que sostenía que «la izquierda agrupa a quienes cobran a la sociedad el trato mezquino que les dio la naturaleza». La izquierda, en buena medida, es la venganza de los resentidos sociales.

Respecto a la sobresocialización de los izquierdistas, Kaczynski concreta que la socialización es «el proceso por el cual los niños son entrenados para pensar y actuar como demanda la sociedad». El problema viene cuando se pasan de rosca y esa presión por hacer lo correcto —o lo esperado— se va de madre, desarrollando sentimientos de culpa que, en un intento de quitarse de encima, les lleva a «engañarse sobre sus propios motivos y encontrar explicaciones morales para sentimientos y acciones que en realidad no tienen un origen moral». ¿Verdad que no conocen a nadie más puritano, en el fondo, que un progre? No digas tal cosa que puedes ofender a éste o a aquél. No uses esa palabra, di esta otra. No hagas esto, no hagas lo otro.  Los que llamamos jocosamente ofendiditos

Pero la izquierda también es ideología, decíamos. Como todas, no parte de la realidad de las cosas, sino que pretende transformar la realidad conforme a sus ideas. En su soberbia, llegan a tal nivel de autoconvencimiento que creen situarse en un plano moral superior a los que no piensan como ellos. Esta pretendida superioridad moral es clave para entender a la izquierda, pues es la que le da su carácter tiránico, la que les lleva a pensar que, como son mejores, sólo ellos tienen el derecho a gobernar y a pretender establecer lo que está bien y lo que está mal y, en última instancia, a acabar con aquellos que les llevan la contraria, o sea, con los «fascistas». Para un izquierdista, un «fascista» no es un fascista propiamente dicho, sino aquel que osa oponérsele, que se atreve a contradecirle.

Kaczynski, en la línea de otros pensadores, supo ver también el carácter cuasi religioso —en lo referente a su dogmatismo— de la izquierda. Esto hace que la inmensa mayoría de los izquierdistas sean absolutamente impermeables a los argumentos, a la realidad de las cosas, incluso a la biología. Tratar de razonar con uno de estos fanáticos sólo puede llevarle a uno a la desesperación. Es una batalla perdida, les da igual todo. Defenderán que Manolo, de 1’90 m., voz cazallera, pelo en pecho y cascabeles entre las piernas es una mujer si Manolo dice que lo es. Este carácter de religión de sustitución, propio también de otras ideologías, les lleva a aplicar categorías religiosas como la redención o la salvación a la política. La izquierda cree que tiene una función redentora, que debe salvar no al hombre —concreto, en tanto que individuo— sino a la humanidad. Y por el camino todo vale. Por eso pueden celebrar alegremente el asesinato de Kirk sin cargo de conciencia. Por eso han regado el suelo de tantos y tantos países con la sangre de millones de víctimas, para «liberarnos». Ya lo advirtió Gómez Dávila: «Las ideologías optimistas comienzan fusilando por amor. Para sanar a la humanidad. Y terminan fusilando por rencor. Porque la humanidad resulta insanable».

Corren otros tiempos, es verdad, y la izquierda ha aprendido. Los regímenes comunistas mataban en cantidades industriales; los progres no. Ahora lo que se busca es la muerte civil de sus detractores y sólo la eliminación física de figuras destacadas del «enemigo», como Kirk o Trump. Y siguen pretendiendo, claro, acallar las voces de sus oponentes, hacerle a uno la vida imposible, dejarle sin trabajo, criminalizarle y no darle opción de hacer política. De hecho, la izquierda sigue siendo violenta, aunque mata «menos». Pero esto es así por mera conveniencia, no por convicción moral. El día en que crean que su discurso pueda dejar de ser hegemónico —y lo es porque las élites son anticristianas—, veremos. De hecho, ya lo estamos viendo. Intentaron matar a Trump; un transexual asesinó a dos niños católicos hace unos días y ahora Charlie Kirk. Además ven cómo la clase obrera, antaño su causa suprema, les da espalda y se ponen nerviosos. Perciben que el viento podría cambiar de dirección, que hay gente que está despertando, que ha desenvainado la espada de Chesterton[3] para defender lo obvio. No entienden cómo es posible que un trabajador vote a la «extrema derecha». No alcanzan a comprender que el que madruga para currar no se pase el día pensando en los supuestos derechos de los transexuales, ni que rechace la inmigración masiva el que la padece. Les desagrada que nos defendamos de la escoria, que no queramos normalizar que nuestros barrios parezcan África. Han perdido el contacto con la realidad. Defienden sólo causas lejanas, abstractas, y se inventan colectivos e identidades creando problemas donde no los había.

Concluyendo, han sido muchísimos los que han celebrado el asesinato de Kirk y han sido muchos más aún los que lo han justificado. Es que era racista, es que era machista, es que era esto y aquello, ergo se lo merecía. No está bien matar a nadie, pero… ¡Ay, ese pero! Ese «pero» es la catadura moral de la izquierda. «Todo individuo que disguste al intelectual de izquierda merece la muerte», dijo Gómez Dávila, y no le faltaba razón, quien sostuvo también que «para escandalizar al izquierdista basta decir la verdad». Kirk merecía morir porque no pensaba adecuadamente y además le escuchaba mucha gente. Iba provocando claramente. Punto. Por eso las celebraciones. Por eso las justificaciones. Por eso el «pero».

No, no nos cansaremos de decirlo: la izquierda es el mal. 

Hay gente que no sabe cuándo callar.

[1] ‘La sociedad industrial y su futuro’.

[2] Lo mismo vale para España y tantos otros países occidentales, por supuesto.

[3] «Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde».

Gilbert Keith Chesterton.



Categorías:CULTURA, DECADENCIA OCCIDENTAL, OPINIÓN, TRIBUNA

1 respuesta

  1. Buenísimo este vídeo del gran Saúl Fernández. Ya lo he compartido mediante WhatsApp a todos mis familiares y amigos. Máxima difusión, por favor. Muchas gracias.

    https://www.youtube.com/watch?v=-FGy9wAMcm0

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