Axel Seib

Seamos claros, Sílvia Orriols no es nuestra esperanza ni lo debe ser. Y tampoco engaña a nadie. Aunque tenga algún fragmento en que intente mostrarse «más accesible» para el votante «charnego» o, incluso, a aceptar el apoyo de cualquiera de nosotros sin preguntar nuestro lugar de origen, es pura táctica y muy circunstancial.
¿Es mejor Sílvia Orriols que Illa, Junqueras o la cuadrilla del melón de Waterloo? Si. Y, seguramente, huela mejor que la bancada de la CUP. Pero eso no quita que Aliança Catalana sea una fuerza abiertamente separatista que, por algún tipo de clarividencia repentina, haya entendido que el problema existencial para Cataluña es la invasión demográfica e inadaptación premeditada de cierta comunidad que siente aversión por los torreznos y el calzado cerrado.
Pero si se librasen de esa amenaza común, volverían a ponerse como orangutanes a señalar negocios más antiguos que ellos mismos y que están rotulados en castellano. Al estilo Antonio Baños, pero con menos pestañas del navegador abiertas.
Siguen sin aceptar que España no es algo ajeno. Siguen sin afrontar la tozuda realidad de que el hijo de un gallego hablando castellano en el patio del recreo es tan catalán y válido como ellos. Siguen creyendo que, en promedio, los castellanoparlantes en Cataluña son los que deben entrar por la puerta de servicio.
La única diferencia es que le han visto las orejas al lobo cuando ya lo tienen en casa y es difícil frenarlo. Pero si se pudieran librar de la lacra del islamismo en Cataluña, el resto de España les daría igual. Es más, volverían a la carga con sus tendencias de siempre y su porte clasista y mezquino de Marta Ferrusola oyendo a niños jugar castellano mientras muestra cara «d’ensumar merda».
¿Que Sílvia Orriols es mejor aliado que Illa? Para la batalla inminente, si. Pero nada más. Porque una vez solucionado el problema común del califato que no queremos, volvería a su obsesión de siempre y a la que jamás ha renunciado. Sencillamente hay chica nueva en la oficina o problema mucho más acuciante. Pero por detrás sigue todo igual.
Todo es una cuestión de prioridades. Cuando se tiene el problema encima, te afecta personalmente y ya no se puede ocultar, siempre aparece alguien más que se niega a hacer la vista gorda. En esas aparece Aliança Catalana. Pero no renuncia a toda la neura anterior, únicamente le añade un objetivo más urgente.
No me hago eco de la entrevista en que se puso terca a no hablar en castellano. Porque, aunque cueste, la entiendo. Ella pactó unas condiciones y el canal aceptó. Y es de caballeros respetar lo pactado y no utilizarlo a la contra, aunque fuese ridículo. Cosa que el programa no quiso entender, haciendo gala de malas maneras. ¿Que para participar en un programa de ámbito nacional es lógico hablar en español cuando se sabe hablar? Si. Puro sentido común. Y si eso va a suponer un problema, se niega la entrevista y listo. Pero aceptar unas condiciones absurdas y, luego, intentar cambiarlas en directo es pueril.
Lo grave no es eso. Lo problemático es la enorme hemeroteca en que sostiene cosas como que Cataluña fue invadida por un rey o que no son españoles porque jamás lo votaron. Cualquiera diría que en Burgos o en Xinzo han estado votando periódicamente su españolidad. Supongo que la Reconquista se debió ejecutar a base de procesos participativos con urnas de cartón y no utilizando las tropas contra el invasor. O en una unión dinástica había que preguntar al tonto del pueblo de Cervera sobre su interés en que Castilla y Aragón compartieran monarcas y órganos de gobierno. No sé qué concepción de la Historia lleva a esos absurdos, pero si que sé que son propios de los separatistas que hasta hace cuatro días nos señalaban y habrían sido capaces de cualquier cosa para echarnos de nuestra tierra. Otra cosa es que ahora están más ocupados con los de los machetes. Porque incluso al más enajenado le acaba afectando más que el «dos morenitos han atracat al iaio al caixer» que el «Espanya ens roba».
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Ningún presunto independentista es independentista de verdad. No lo son, ni lo han sido, ni lo serán. Sólo son separatistas, exclusivistas, quieren trato especial a costa de todos los españoles, y odian más al gallego, al andaluz o al aragonés -y por supuesto al madrileño- que al magrebí, al subsahariano o al pakistaní. Pero de independentistas nada de nada. Sólo son odiadores que quieren comer aparte, pero les encanta no el menú sino la carta y poder escoger. Ojo, eso no los hace mejores. Solo es mi opinión.
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