Esta heladería es una m…


Me gustaría poder ensañarme con Antonio Baños, pero soy incapaz. Me genera cierta ternura. También mucho asco. Principalmente, porque jamás le daría la mano a alguien que si le pasasen luz ultravioleta, parecería una mezcla de pared de gotelé y lienzo de Pollock.

Pero, a pesar de lo denigrante del personaje, genera cierta condescendencia porque se ve obligado a llamar la atención periódicamente para no morir de hambre y poder pagar su conexión a internet e ingentes cantidades de lubricante. En Estados Unidos, Antonio Baños se embardunaría de alguna sustancia extraña y atraería a miles o millones de abejas para salir en los medios locales. Aquí, como es un gafitas comprometido «amb la terra», se pone a señalar a negocios que no le hablen en catalán.

Hasta para eso es entrañable. O execrable. Va por gustos. Porque el tal Baños salió de «Súmate», ese chiringuito de «castellanoparlantes por la independencia». Ese bonito club que pretendía mostrar las bondades y la tolerancia del nacionalismo catalán, que incluso permitía a ciudadanos de segunda apoyar la causa de los elegidos para crear ciudadanos de tercera. Gran epopeya la de Baños y su rol de «hebreo por Adolfo» en la CUP. Pero se acabó ese papel hace años. La obra de teatro terminó mal y ahora ya no hay que dárselas de mascota castellanoparlante de la asamblea flequilluda. Ahora ya puede desmelenarse, subirse la bragueta y señalar a una heladería por no hablar en catalán.

Al pobre Antonio Baños únicamente le falta que le descubran comprando calcetines usados de alguna jovencita ociosa que se llama José Luis. Es el paradigma del «intelectual» posmoderno. Un gafitas que vive en casa de su abuelo tras vivir de la sopa boba y del sector público. Un mastuerzo que se cree muy punk y alternativo porque únicamente apoya la disolución y la corrupción moral. Un urbanita cosmopolita que invierte las tardes en cervezas artesanales y las noches en coprofilia nipona. La cebada de proximidad, la mierda de ultramar.

¿Qué le quedaba? Difícil de superar tras envenenarse con un taxista que no le entendía. Él supone que por la lengua. Otros dicen que es por dar una dirección inexistente. Así que ahora, en pleno verano, ha tenido que sacar la artillería pesada y atacar a una heladería. Y justificar la violencia contra un negocio. ¿Su único límite? Mientras no se agreda físicamente a nadie, todo vale. Así lo dice creer. Aunque cualquiera podría sospechar que en sus fantasías húmedas, además de enormes orgías de enemas, hay agresiones contra peligrosos fascistas que sirven cucuruchos. Pero tiene que disimular, no vaya a ser que le apliquen la misma lógica y le dejen las gafitas de flácido mental incrustadas en ese cantalupo mustio que lleva sobre los hombros.

Así que se puede señalar, pintar, amenazar y destrozar un negocio. Si hace falta, se puede uno defecar en el mostrador. Así, Antonio Baños obtiene una doble victoria. Se ensaña con un inocente y, de paso, le sirven su plato favorito.

Algunos dirían que hablamos de un comemierda. Pero yo sé que hablamos del último intelectual de acción. De la reserva espiritual de la izquierda posmoderna. De la esperanza de todos aquellos onanistas que, entre canuto y canuto, se pasan la mano por la axila, observan sus falanges mientras se las acercan a las fosas nasales, inhalan con la misma fuerza con la que lo harían en los baños del Parlament y se dicen:

–Aquesta setmana torno a estalviar aigua.

Y vuelven a abrir la pestaña del explorador para pasar a la página 79. Hoy tocan pigmeas calientes junto al río. El multiculturalismo nunca defrauda. Heladerías argentinas no, guarradas globales siempre.



Categorías:BREVIARIO, OPINIÓN, SUPREMACISMO, TRIBUNA

3 respuestas

  1. Me pregunto porqué este lacayo del Mundialismo no ha catalanizado o islamo-izquierdizado su nombre…

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  2. Qué articulo más delicioso!

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