Axel Seib

La frase anterior, creo que jamás la ha dicho nadie. Por lo menos literalmente. Aunque todos hemos escuchado acrobacias dialécticas para querer decir lo mismo.
No es raro el tertuliano de medios de comunicación masivos que, ante cualquier crimen, por abyecto que sea, no saque dos estrategias. Una es la relativización, que siempre es útil. Menos cuando una pareja de ancianos desahuciada y sin ningún apoyo, acaba de forma fatídica. Entonces el relativismo desaparece y siempre será la famosa violencia de género el absoluto que se aplique. Pero la relativización que no aplican en éstos casos, la exageran y la sazonan con las peores excusas en otros muchos casos.
Podemos recordar ese caso en un pueblo de Alicante. Un hombre que, únicamente, pretendía parar a unos magrebíes que eran bien conocidos por acosar sexualmente, acabó asesinado a golpes de bates de béisbol por esas mismas tres alimañas. Ante tal crimen, también podemos recordar a cierta señorita que apareció comentando el caso. Haciendo referencia a la simpleza del modo de matar al hombre, lo «austero» de utilizar bates de béisbol, suposiciones sobre que tres golpeando con bates de béisbol a una persona no tiene intención de ser homicidio y referencias al estatus socioeconómico. Basura.
Pero ya es un cliché. Cuando ciertos «colectivos» practican sistemáticamente la violencia, siempre aparece el Superman (o Wonderwoman, seamos inclusivos) que espera agazapado en alguna alcantarilla para sacar a relucir el estatus socioeconómico de los criminales, supuestos agravios, marginación o bajo nivel cultural. Así se deben creer que pueden exculparles. Aunque la única sensación que dejan en el cuerpo es «tenemos auténticos sicarios por las calles y, de premio, anormales en los medios». Aunque siempre hay quien traga con esa táctica.
Me gustaría poder comprender cómo se relaciona un estatus socioeconómico bajo, poco nivel cultural y marginación con ciertos tipos de delincuencia. Nuestros abuelos salieron de una guerra y una posguerra durísima. Yo no tengo constancia de que gente como mis abuelos fuesen violando y asesinando amparados en «es que tengo pocos dineros». Es más, poca protección institucional había, más razones para delinquir. Y si había delincuencia, estaba realmente relacionada con pasar hambre. Porque quien tiene hambre o está desesperado por mantener a su familia, roba comida, dinero o cualquier recurso que pueda garantizar un nivel de subsistencia. Pero cuando hablamos de violaciones grupales por parte de «niños» mantenidos por la administración, de narcotraficantes con generosos antecedentes por agresiones, de robar móviles de gamas alta que pasan a ser parte del ajuar de algún clan de Rabat, hablamos de cosas muy diferentes. Cuando la respuesta ante un agente de seguridad es la violencia automática y la utilización de armas, no hay estatus socioeconómico que valga un chavo. Cómo tampoco el nivel cultural o el hambre justifican, ni remotamente, violaciones. No hace falta ser capaz de leer un tratado sobre axiología para entender que violar es delito e inmoral. No recuerdo sociedad alguna en que sea correcto. Pero cuando a ésos «expertos» en justificar a escoria se les expone, juegan otra carta. La enajenación.

Porque cuando no se les permite justificar a criminales con cuestiones socioeconómicas o culturales, ya asumen que están locos. Y, claro, un loco no puede ser cuestionado. La enajenación exculpa de todo. Lástima que sea un pretexto barato amparado en diagnósticos de tipo «di que estás loco, que salvas al culo».
Siempre me ha parecido curioso, y a otros muchos, que haya tal incidencia de enfermedades mentales y enajenación entre colectivos muy determinados. No habrá que aceptar esa teoría sobre que nos envían expresidiarios. Parece que nos envían manicomios enteros.
Pero aunque fuera así, es llamativo que siempre son enajenados que tienden a los peores crímenes. No son sujetos huraños con tics en el ojo o individuos histriónicos que cantan «I want to break free» en calzoncillos.
Por algún motivo siempre son enajenados que tienden a robos con violencia, ataques arbitrarios, apuñalamientos gratuitos, violaciones, ataques terroristas y un largo etcétera.
Sirva de ejemplo el sujeto que abofeteó recientemente a una niña de un año en Montjuic, en Barcelona. Tras 24 horas ya han sacado a relucir que está enajenado. Y si, abofetear a una niña de un año es síntoma de que algo no anda bien por la azotea. Pero también gritó a viva voz «voy a matar a tu hija». La enajenación mental no justifica nada. Hay dos opciones, te haces cargo de tus actos o aceptas vivir recluido por el bien de los demás.
Porque muchos jóvenes y no tan jóvenes de España deben vivir precariamente, con trabajos estresantes, con sueldos míseros, una enorme presión inflacionaria e impositiva, sin familia, sin hijos, compartiendo piso en barrios inseguros, sin coche. Y escuchando constantemente «tenéis que vivir con menos, por el bien del planeta». Y no veo que nuestra juventud comience a ampararse en tal opresión sistemática y sistémica para poder comportarse como animales. Y motivos para estar enajenados y pegar golpes tenemos. Aunque no sería a padres de familia ni a niñas de un año.
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No olvidé que todo esto que cuenta es la consecuencia natural de unas políticas determinadas. Y esas políticas determinadas tienen responsables con nombre y apellidos.
Estos son a su vez directos (el político y el funcionario encargado del departamento que no quiere aplicar la Ley, el jefe del ejecutivo que decide la política a aplicar y que manda o no a la asamblea legislativa, los miembros del ejecutivo que aprobaron esa política)…e indirectos (los miembros de la asamblea legislativa que aprobaron la norma o se abstuvieron)
Es decir, que esto no es el resultado de una calamidad, sino de los intereses personales de un político determinado que tampoco puede ampararse en que son «actos políticos» y por tanto con » responsabilidad política » y no personal.
Esto es el resultado criminal de unas políticas que no quiere nadie, que tampoco funcionan y que se han están aplicando desde 1982 hasta hoy.
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