
Acabo de subir con mi perro del paseo diario y acabo de comprobar que siguen algunas pancartas en los balcones de mis vecinos: “Tourist Go Home – Volem conservar els nostres barris”. Como el inglés se entiende bien, traduzco para quienes aún les dé pereza el catalán —que ya les vale—: “Queremos conservar nuestros barrios”.
Ah, seres angelicales… A veces la memez alcanza cotas prácticamente prodigiosas. Los famosos barrios dignos de conservarse y necesitados de defensa ante el turismo, tal el caso de mi barrio, son un rejuntado de oriundos, inmigrantes nacionales, musulmanes, norteafricanos, subsaharianos, chinos y, por supuesto, hispanoamericanos que buenamente hacen lo que pueden por prosperar entre el desempleo, el abandono y las misérrimas ayudas que la administración va repartiendo igual que un guionista apurado improvisa sobre la marcha el argumento de una mala película.
Tenemos “menas” para regalar, traficantes de menudo para veinte redadas, okupas para ganar unas elecciones municipales y carteristas para aprender el oficio. Pero los que molestan son los visitantes del alquiler turístico porque desentonan con el espíritu del lugar y desdibujan las esencias del barrio. Cuando mis vecinos turismofóbicos hablan de “conservar nuestros barrios” en realidad lo que declaran es su necesidad existencial de seguir viviendo pobremente en un entorno inseguro pero donde, al menos, no se les moleste de madrugada, cuando duerme el alma tranquila. Los famosos barrios que es necesario proteger y conservar, hoy, en Cataluña y en tantos otros lugares, son un deslavazado cultural y una aventura cotidiana entre el ruido y la furia, aunque los buenos vecinos conjeturan lo conocido como idóneo porque son incapaces de concebir un futuro distinto a la miseria globalizada; eso sí: sin turistas.
Entre las múltiples categorías de la idiocia, la turismofobia ocupa lugar destacado por su simpleza, sin duda también preferencial por sus potencialidades como asunto informativo. Unos cuantos vecinos cabreados porque los turistas ingleses mean en el portal de su casa y se pelean cada vez que beben cuatro copas —o sea, cada día y cada noche— siempre es argumento vistoso para aliñar telediarios. Lo que no ignoran esos vecinos cabreados, o no deberían ignorar, es que España lleva décadas convirtiéndose en un país de cocineros y cocinillas, camareros y funcionarios, y eso tiene un coste. El primer débito que debe cumplimentarse: ser parque temático para diversión y sano esparcimiento de los europeos con economías más fundadas y con mayor poder adquisitivo que nosotros, es decir: casi todos los europeos; unas masas turísticas a las que procede sumar los llegados de otros rincones del mundo, que no son pocos. Negar el derecho de esas criaturas a deambular por donde apetezcan y acostarse a las horas que les convenga es repudiarnos a nosotros mismos. A ver si nos entendemos:
A los famosos fondos europeos que nutren lo principal de nuestra economía desde hace años, no les ponemos pegas; a la capacidad de hipotecarse del Estado y emitir deuda con permiso de la Unión Europea y su banco central, no le ponemos pegas; a los “escudos sociales” sufragados por el Estado no les ponemos pegas. No ponemos pegas a ningún capítulo oneroso del mastodóntico gasto del Estado, pero nos molestan sus consecuencias. A toda aquella batahola y ese gasto que no distingue entre lo necesario y lo dispendioso no hay objeción, pero se quejan de los resultados: el turismo masivo, el precio de la compra diaria que va tan desmadrado como hooligans británicos en una final de la Eurocopa y, de colofón, el coste surrealista de la energía. Las almas de cántaro, seguramente, creen que la vieja y solidaria Europa va a poner en marcha la maquinilla del dinero y nos va a regalar los euros por muchos miles de millones, y va a dejar endeudarse al Estado español hasta cifras monstruosas sin recibir a cambio la justa compensación. Somos lo que somos, un país dedicado a la hostelería, al funcionariado, a la solidaridad y la donación de órganos. Aquí se han desmontado sistemáticamente las estructuras industriales, la minería, la construcción naval —¿alguien se acuerda de cuando teníamos astilleros funcionando a pleno rendimiento?—; se martiriza la producción agropecuaria con impuestos de satrapía y disposiciones administrativas no se sabe si más delirantes que arbitrarias, se han dejado caer a peso sectores enteros de la productividad que asumían empleos por cientos de miles, como el comercio de cercanía, las pequeñas empresas de servicios, el sector editorial y las artes gráficas, la logística vinculada a la energía… “Son los tiempos, es el progreso tecnológico”, dirá alguno; cierto, pero también soy capaz de recordar los famosos planes de “reconversión industrial” que más o menos amortiguaban el impacto de las nuevas políticas económico/productivas, compensando y tutelando a los afectados hasta la reconversión profesional que los habilitaba para el empleo en otros sectores. Ahora no. Ahora se va al paro de cabeza, a secas, con la única perspectiva del “escudo social” del gobierno como paliativo al drama del desempleo. Claro que el famoso escudo no es gratis. Cuesta turistas. Y camareros, muchos camareros.
No den más vueltas, queridos necios vecinos: somos un parque temático donde nada sobra pero nada falta gracias a la máquina de hacer dinero de la UE y el endeudamiento del Estado. Eso nos garantiza una digna pobreza aunque, claro, la digna pobreza es lo que tiene: se vive pero hay que aguantar la tontería de los más ricos, los cuales, en este caso, se llaman turistas. Asúmanlo y dejen de preocuparse. Disfruten del chollo y den las gracias a sus bienhechores.
José Vicente Pascual
Categorías:OPINIÓN
Yo, siendo tan joven, y, sin embargo, parece como si hubiera vivido quinientos mil milenios en Barcelona (España).
Vamos a ver. Los pisos turísticos hacen competencia desleal a los hoteles.
Ahora bien, es verdad que edificios enteros se han convertido en pisos turísticos.
Lo que me parece peor es el típico vecino que, de manera ilegal, sin tener licencia de piso turístico, mediante la plataforma «Airbnb» (por ejemplo), alquila una habitación. Los demás vecinos no tienen por qué soportar esto. Hace una semana, donde vivo, vi entrar a mujeres con burka. Hay un vecino «indepe» que está alquilando una habitación. De manera ilegal, claro. Da igual si quien va a estar en la habitación es un yihadista. Lo importante es alquilar la habitación a quien sea. Esa es la mentalidad de algunos.
Normalmente, los extranjeros (europeos o no) no se saben comportar. Esto es así.
Hay que entender que la gente que vive en las inmediaciones de la Sagrada Familia y del Parque Güell está superharta de tantos turistas. Todo esto empezó a ponerse serio a partir de 1992. Antes de 1992, los vecinos de estas zonas de Barcelona (España) podían disfrutar de los parques y jardines, con niños pequeños jugando en los toboganes y en los columpios. Ahora, como apenas nacen niños, estas zonas han quedado okupadas por turistas.
Y esto no va de extrema izquierda o de extrema derecha. Esto va de sentido común. Criticar a los demás o criticar lo que no nos gusta es pecado. Según el catecismo de San Pío X, «la detracción o la murmuración es un pecado que consiste en manifestar, sin justo motivo, los pecados ajenos».
También recomiendo leer «Mateo 7:1-5»:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.»
A mí se me ha tachado de masón. Como si yo tuviera tiempo para dedicarme a chorradas. Es por esto que abandono definitivamente «Somatemps» y «Dolça Catalunya». Y también voy a dejar de visualizar vídeos de youtuberos españolistas, los cuales solamente saben gritar y quejarse.
Lo mío es la Biblia. Pero también la música. Me encanta la música.
El mundo sería perfecto si todos los seres humanos tuvieran la misma filosofía de vida que yo.
Hasta nunca.
Firmado: Españoles Cristianos por la Democracia (ECxD).
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La logia masónica y martinista de la sinarquía te espera.
Se os ve el plumero ortodoxos sirios ocultistas.
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Aciertas.
Está aquí con los ortodoxos masones y ocultistas. Ver comentarios.
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El plumero se os ve a vosotros, los antimasones, esclavos de la muerte y de la vida efímera.
Los masones somos los únicos que tenemos la fórmula mágica y secreta de la eterna juventud y de la eterna inmortalidad.
Yo estuve presente en la primera logia que se estableció en Madrid (España) el 15 de febrero de 1728. Exactamente en el Hotel de las Tres Flores de Lys. El año anterior, 1727, me jubilé, pues cumplí 65 años de edad. Y, como no tenía ninguna afición, decidí ser masón. En 1727 todavía no existían las cintas de casete, ni Netflix, ni el reguetón de Q-LOS y te.tas.
Sí, señores. Nací en 1662. Tengo 362 años de edad. Pero aparento 14 años de edad. Porque tomo Zumosol desde que nací.
Mucho cuidado conmigo. Soy inmortal. Cada día, por la calle, me apuñalan los pu.tos jovenlandeses. Esta es la prueba inequívoca de que soy inmortal.
Firmado: Españoles Cristianos por la Democracia (ECxD).
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Los menas, los yonkis, los moros, los sudamericanos (al menos algunos de ellos muy caracterizados) beben, vomitan y mean en las calles mucho más que los turistas y durante todo el año. Por otro lado el comportamiento del turista europeo francés/anglosajón/germánico demuestra, con sus vomitonas, borracheras y meadas demuestra dos, cosas: por un lado demuestra, que, di educación y pautas de comportamiento son despreciables, y por otro lado aplican eso de «allí donde fueres haz lo que vieres», este es un país donde no se cumple la ley desde muy arriba y se ha, convertido ese comportamiento en un estilo de vida. ¡¡¡Apañaos estamos!!!
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Esta gentuza entiende por Progresismo, el llenarse ellos y los suyos los bolsillos, de lo que sacan escandalosamente de los bolsillos nuestros,
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No se podía expresar mejor.Y encima los Ayuntamientos van a prohibir abrir nuevos pisos turísticos.Somos la leche!
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Prohibir es el nuevo progresismo.
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