Cada acto de campaña de Democràcia i Llibertat, la nueva marca de la Convergencia, y de ERC, es una reunión de amigos, un escenario desolador, una platea vacía, un público entre el que hay más periodistas que siguen la campaña que militantes, simpatizantes o curiosos. El ambiente es demoledor. Puro vacío. Convergencia no tiene recursos financieros para afrontar la campaña y utiliza unos carteles sin eslogan y en los que Artur Mas y el candidato para Madrid, Francesc Homs, aparecen retratados en blanco y negro. Una campaña más que pésima.
Los empresarios que jalearon el proceso y los medios que echaron la leña del «España nos roba» han dado marcha atrás, con La Vanguardia como estandarte de la retirada. Mas pierde apoyos a marchas forzadas mientras la CUP impone a Junts pel Sí propuestas cada vez más disparatadas. Lo que sea con tal de que Mas sea investido presidente de la Generalidad. Barra libre para cualquier ocurrencia: «No limits, just do it, impossible is nothing».
Sin embargo, hasta en el submundo nacionalista cunde la percepción de que el 27-S fue un fiasco y el 20-D será la confirmación definitiva. De ahí las prisas en la negociación con la CUP y de ahí el pesimismo creciente ante la desmovilización general. Mas insiste en que el separatismo ha ganado las elecciones, pero el análisis de Oriol Junqueras es inapelable: «Hay muchos factores que ayudan explicar esto, pero lo cierto es que la suma de CDC y ERC es la más baja de la historia», declara Junqueras en el mismo medio.
En este ambiente, el desánimo cunde entre las huestes del presidente en funciones. No menor es la percepción de fracaso en ERC. Su candidato para Madrid, Gabriel Rufián, no ha cuajado ni en su propia formación. Muchos de los dirigentes del partido republicano afirman sentir vergüenza ajena ante la falta de formación y de capacidad de Rufián.
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