La dictadura light. Por qué el nacionalismo catalán es totalitario.
Tercera parte.
La opinión comprada
Mención aparte merece el papel de los medios de comunicación catalanes, que reciben jugosísimas subvenciones de la Generalitat. Su papel, que sería teóricamente el de informar, pasa a ser aquí el de bailar el agua al poder, formar opinión y promover la secesión de Cataluña. Salvo honradas excepciones no existe el periodismo crítico, pues nadie muerde la mano que le da de comer, protagonizando episodios vergonzosos como la editorial conjunta de hace unos años en defensa del nuevo Estatut. Pero si a uno de estos medios hay que reconocerle una asombrosa capacidad de adaptación y de arrimarse siempre a buen árbol, ese es La Vanguardia, antiguamente apellidada ‘española’. Franquistas en tiempos del General Franco, con un propietario, el Conde de Godó, que es Grande de España, y filo separatista a golpe de subvención. Cero integridad, pero eso sí, percibiendo siempre el olor del poder y de los billetes.
Aunque la estrella de la función no podía ser otra que TV3, la tele que se supone que es de todos pero que sirve a los intereses de unos cuantos. El NO-DO se queda corto comparado con el papel que juega hoy en día la televisión pública catalana, que pierde millones a montones pero se mantiene a flote porque es la punta de lanza mediática del separatismo, que inyecta millones y millones año tras año del erario público para seguir envenenando al pueblo catalán. En sus debates, por llamarlos de alguna manera, brilla por su ausencia la opinión discrepante y, cuando rara vez acude alguien contrario a la secesión, tiene que soportar que le insulten y poco menos que le acusan de ser mal catalán, cuando no directamente los vetan. En esta última Diada, convocada por la ANC, que recordamos va en la candidatura de Junts pel sí, emitió ¡5 horas! de cobertura de la manifestación, siendo obligada posteriormente por la Junta Electoral a emitir actos de campaña del resto de partidos que concurren a las elecciones autonómicas. Pero, además, para mayor vergüenza, TV3 siguió las directrices de la ANC para la retransmisión, que incluso disponía de los nombres y teléfonos de los productores y realizadores del canal, asumiendo incluso en qué lugares debían situarse las cámaras. Para que se hagan una idea, esto es como si TVE dedica 5 horas a un acto de campaña del PP, el partido en el poder, asumiendo las directrices por ellos impuestas. Pero esto, aquí, a los que van de demócratas ¡les parece normal!
Son tan majos estos demócratas de pacotilla que incluso cuentan con varios periodistas afectos al Régimen que se dedican única y exclusivamente a desprestigiar y estigmatizar a la disidencia (¡cómo estará la cosa para hablar de disidentes!), publicando sus fotografías y nombres completos, mezclando churras con merinas, mentiras y medias verdades con el fin de desprestigiarles y señalarles.
La perversión del lenguaje
Algo a lo que normalmente no se da importancia pero que la tiene, y mucha, es la manipulación del lenguaje que hace el nacionalismo, buscando continuamente la imposición de su dialéctica y la polarización y oposición de conceptos. Aunque muchas personas no se den cuenta, psicológicamente parten desde posiciones impuestas por estos manipuladores, como por ejemplo cuando hablan de Cataluña y España, como si fueran dos entes diferentes y no una parte de la otra. Ocultan sistemáticamente el nombre de España, a la que se refieren como el Estado Español, salvo cuando dan alguna noticia negativa; entonces sí, relacionan ese hecho con el nombre de España. Incluso periodistas y políticos no nacionalistas asumen este lenguaje.
La independencia con la que no paran de agobiarnos es otra palabra inapropiada, pues esta es aplicable a las colonias, al igual que el derecho de autodeterminación. Cataluña no es una colonia, por lo tanto no puede independizarse de una metrópoli que no existe. En todo caso deberían ser llamados (y llamarse) separatistas o secesionistas.
Pasa lo mismo con el “dret a decidir”. Muy poca gente hoy en día, en una sociedad individualista y que pone la propia voluntad por encima de casi todo, está en contra de un concepto así, máxime cuando los que lo defienden se llenan a todas horas la boca de las palabras libertad y democracia. Pero, ¿qué es el “dret a decidir”? Porque para robar no nos han preguntado, ni para llevar casi a la bancarrota a Cataluña tampoco. No es más que otra milonga, otra treta lingüística para referirse al descuartizamiento de España. Lo que no dicen es que llevan décadas adoctrinando a los niños, inoculándoles el odio a la que, quieran o no, es su patria, intentando imponer el pensamiento único y haciendo una labor de ingeniería social que les ha llevado, o eso creen, a que haya una mayoría de separatistas, momento que han aprovechado, junto a la crisis económica y la debilidad de un gobierno corrupto, para exigir un referéndum y tapar, de paso, sus propias vergüenzas. Todo muy libre y democrático, sin duda. Imaginen que Cataluña llegara a ser un estado separado de España y que en él una mayoría fuera partidaria de retornar a la unidad con sus hermanos; ¿creen, acaso, que si creyeran que pudieran perder permitirían un referéndum? Ni de broma, tengan esto por seguro.
De un tiempo a esta parte se refieren a los que no apoyamos la ruptura con el término “unionistas”. No, señores, no. Nosotros no queremos unir nada. Mal que les pese, esta unión, o mejor dicho Unidad, existe desde hace siglos. Somos simplemente catalanes, y por esta condición somos españoles, de lo cual estamos orgullosos. Y podemos estarlo, porque vivimos nuestra vida con normalidad, sin ese fanatismo suyo. Pero el nacionalismo es muy amigo de las etiquetas, y por eso llama a los que piensan diferente con calificativos despectivos, pues no considera catalanes a los que no son separatistas. Puede ser usted de Jerez, de Sebastopol o de Casablanca, que si adopta la estelada será del clan, ¡pero ay del que no lo haga! Ese ya no, aunque sea de Olot y tenga 8 apellidos catalanes, ese ya es un fascista, botifler y unionista. El día menos pensado nos ponen una marca en el pecho, como a los judíos en el III Reich.
¡La culpa es de Madrid!
¿Les suena eso de Madrid ens roba? España nos oprime, España es una cárcel de pueblos… Toda una serie de eslóganes falsos y ofensivos que buscan, exclusivamente, un chivo expiatorio para los males propios. El victimismo y la proyección de la culpabilidad en un tercero son un rasgo común en los totalitarismos. No importa lo mal que lo haga uno mismo, la culpa siempre es de otro. Esto, que a nivel individual es un efectivo mecanismo de defensa psicológico, pues nos permite permanecer libres de culpa, existe también a nivel político. Pocos se cuestionan el despilfarro de dinero de los sucesivos gobiernos de la Generalitat, desde el Tripartito hasta éste de CiU, el déficit millonario de TV3, las «embajadas» en el extranjero, el expolio del Palau de la Música, las subvenciones a los dóciles amiguetes, los múltiples casos de corrupción, el archiconocido 3%, el caso Banca Catalana, la deslocalización de empresas conchabadas con uno de los hijos de Pujol… La culpa es de Madrid. Siempre Madrid. La Villa y Corte es para el nacionalismo como los judíos para el régimen de Hitler o la burguesía para el comunismo. Como la gota malaya, el discurso va calando, y poco importa que sea cierto o no.
Cuando alguien con cierta relevancia discute y argumenta en contra de las tesis separatistas, como el ex ministro socialista Josep Borrell le pasó en TV3, se le veta y/o se le ignora. La mala gestión propia se achaca a otros, quedando así exonerados de toda responsabilidad. Y ojo, que no se confunda esto con la defensa del gobierno central, pues aquello es como la cueva de Alí Babá, que está llena de ladrones. Lo malo es que el nacionalismo, impulsado por la burguesía catalana, no pretende acabar con el mangoneo, lo que quieren es seguir haciéndolo ellos sin injerencias. O sea, algo así como Sicilia pero con más glamour. Recordemos que el Gran Patriarca, también conocido como el Poc Honorable, tuvo un pequeño despiste de más de 30 años, olvidando durante todo ese tiempo declarar unos “ahorrillos” que tenía en el país de los Pirineos. Además, pongamos por caso que, efectivamente, Cataluña tenga déficit fiscal (cosa que tampoco justificaría la secesión). ¿No lo tendría también Barcelona respecto al resto de provincias catalanas en una hipotética república independiente? ¡Por supuesto que sí! Provincias que, faltaría más, serían sometidas bajo el centralismo barcelonés, ese que tanto aborrecen si proviene de la capital.
¿Se imaginan una campaña de un partido político cualquiera tachando a Cataluña de ladrona? ¡La que organizarían los nacionalistas! Bien, pues esto es exactamente lo que hicieron las juventudes de CiU, las de ERC, sus mayores y tantos otros, y aquí paz y después gloria. El nacionalismo promueve el odio.
Categorías:POLÍTICA



Deja un comentario