La memoria de los sacerdotes y religiosos mártires asesinados en la persecución religiosa de 1936-39 sufrió una gran humillación durante años. En la Catedral de Barcelona, más concretamente en su claustro, se habilitó una capilla para rememorar el martirio de 930 consagrados de la Diócesis de Barcelona.
Pero llegó la dictadura del progresismo y de los complejos. La capilla quedó «oculta» a la vista del público y se utilizaba para los cubos y fregonas de las personas encargadas de la limpieza del Claustro y la catedral. Y así pasaron muchos años de ignominia.
Con la visita del Papa Juan Pablo II a Barcelona, a alguien se le ocurrió que si visitaba la catedral se corría el peligro de que se descubriera el escandaloso uso de la capilla, por lo que fue recuperada. Bien es cierto que cuando el Papa pasó por la capillla y quiso preguntar lo arrancaron rápidamente de ahí para que no se «entretuviera».
Por suerte, hoy -aunque humilde- la capilla mantiene su dignidad original y siempre hay cirios encendidos en recuerdo de los mártires.
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