El 9 de abril de 1940 se vivió una jornada intensa. En Barcelona, como en todo el mundo, la noticia del día era la invasión alemana de Dinamarca y Noruega. Las fuerzas militares de Adolf Hitler apenas necesitaron unas horas para conquistar toda Dinamarca mientras que Noruega apenas resistió dos meses más. Aquel, era un suceso inquietante que los barceloneses no sabían cómo tomarse. Al fin y al cabo el nuevo gobierno de Franco debía tener buenas relaciones con los nazis, pero todo el mundo sabía que el país, desangrado y empobrecido por la Guerra Civil, sería incapaz de aguantar un nuevo conflicto armado.
Aquel día el Ayuntamiento barcelonés aprobó el cambio de nombre de numerosas calles y plazas de la ciudad. Se castellanizaron algunas y otras fueron substituidas. La antigua Diagonal del Ferrocarril de Tarragona, también conocida brevemente durante los años republicanos como Avinguda de la Generalitat, fue rebautizada como Avenida de Roma, en homenaje a la inmortal ciudad italiana y al nuevo orden fascista imperante.

Un arco del triunfo efímero, ante el monumento a Colón, presidió la llegada del Conde Ciano a Barcelona
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