Resumen de Artículo publicado en El Confidencial
Es el consejero delegado de una gran empresa en Cataluña y ha puesto pies en polvorosa: “Decidí irme de Barcelona cuando vino mi hija pequeña y me preguntó si era verdad que los españoles estábamos robando a los catalanes”. El empresario explica que, cuando quiso darse cuenta de la situación, ya era tarde, ya estaba dentro de esa atmósfera tóxica y densa con la que el proceso soberanista ha envuelto Cataluña, un ambiente insano con el que te acostumbras a convivir si te crías pegando patadas al balón en El Raval, “pero que a los que llegamos de fuera nos parece un infierno”.
“Si quieres que tus hijos aprendan inglés, los llevas al británico; si optas por el francés, los matriculas en el liceo; alemán, al colegio alemán, pero si quieres que aprendan castellano no sabes dónde llevarlos”, se queja. “No quiero que mis hijos crezcan en esta Cataluña”.
La gota malaya del independentismo lo embarra todo, desde los programas prime time de la TV3 hasta la educación de los más pequeños, de tal forma que un día, cuando quieres darte cuenta, te encuentras con que tu niño de siete años habla igual que Pilar Rahola.
La ‘inteligencia catalana’ (historiadores, pensadores, etcétera) se ha venido reuniendo en las últimas semanas en los Caixa Forum de Madrid y Barcelona, a puerta cerrada y a petición de los gerifaltes del parné, para analizar el pasado, presente y futuro de aquel alambicado territorio. Los empresarios los han congregado en secreto y les han puesto una pluma en la mano para que, cual monjes amanuenses, dejen constancia de la realidad de Cataluña antes de que la Generalitat y los medios afines terminen por desvirtuarla y ya no la salve ni un milagro de la Virgen de Montserrat. Todo ello para esquivar el proceso de lobotomización institucional.
Cataluña supone el 16% de la población de España con 7,5 millones de habitantes, el 20% del PIB con 193.000 millones, el 25% de las exportaciones con 59.000 millones y el 19% del tejido empresarial con más de 450.000 pymes. Cataluña necesita a España tanto o más que España necesita a Cataluña, y los empresarios, conscientes de ello, tratan de levantar unos puentes que no existen, que han volado por los aires por, entre otros factores, la pusilanimidad de los que ahora pretenden arreglar la cosa.
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