Antonio Peña, Doctor en Historia, tras haber explicado en la primera parte de la entrevista uno de los grandes mitos del separatismo catalán, que sitúa el origen de la nación española en la Guerra de la Independencia, en la segunda entrega aborda para SOMATEMPS el tema de los somatenes y migueletes y demuestra que Cataluña era profundamente española y antifrancesa.
En Cataluña se desconfiaba del ejército. Se le suponía colaborador, cómplice del ejército francés y, además, incompetente. Por eso las gentes se encuadraban en las tradicionales formas de defensa: los somatén y migueletes. ¿Cómo surgió el somatén?
Fue el rey Don Jaime quien en 25 de febrero 1257 otorgó derecho de somatén, que era una institución tradicional de defensa de las poblaciones ante ataques puntuales. Estaban tutelados por los “consells” municipales. La característica principal es que los que la debían comandar y los vecinos que la debían formar estaban previamente seleccionados y encuadrados, incluso tenían las armas en sus casas. Acudían a la defensa al “so” o toque de las campanas de la Iglesia. En la Baja Edad Media el somatén adquirió también un carácter ofensivo y policial.
Tras la guerra de sucesión (1714) el somatén fue suprimido lo que produjo un grave estado de indefensión. Algunos ciudadanos, notables comerciantes, decidieron organizar la defensa de sus transportes y caravanas con sus propias gentes de armas. Este fue el caso de la familia Veciana de Valls. La efectividad de las escuadras de Veciana captó el apoyo del capitán general de Cataluña Pio de Saboya, marqués de Castell Rodrigo, quien dio licencia para que las escuadras de Veciana actuasen por toda Cataluña. El respaldo real llegó en 1729 por real cédula de Felipe V. Éste fue el momento clave de la fundación de los Mossos de Escuadra.
Nuevamente fue la guerra contra Francia para la recuperación del Rosellón (1793-1795) la que obligó a los Borbones a restablecer el somatén, pese a no ser partidarios de cuerpos militarizados sin ordenanza. La preferencia de las autoridades militares borbónicas estuvo del lado de los migueletes, al ser fuerzas voluntarias, pero bajo ordenanza. De tal manera cuando el Estado ilustrado borbónico y sus gobernantes decidieron rendirse ante Napoleón, en Cataluña el pueblo español tenía -en el somatén- un cuerpo militarizado y con experiencia en combate capaz de hacer frente tanto al ejército francés como a esas autoridades catalanas colaboracionistas, que eran despreciadas y llamadas traidoras.
¿Y cómo se formaron los migueletes?

Migueletes
La composición de los migueletes era similar al somatén. Eran voluntarios -o incluso mercenarios- pero con tutela de la diputación catalana y actuaban como refuerzo del ejército regular. Por lo tanto, eran gentes que actuaban bajo ordenanza. Llegadas las sublevaciones de 1808 las juntas catalanas, como las del resto de España, no eran precisamente proclives al liberalismo –por lo menos el radical- ni a los desórdenes y pillajes. Además, el esfuerzo de guerra requería de cuerpos disciplinados y coordinados. Así, al constituirse la Junta Suprema del Principado de Cataluña, en Lérida, en su primera reunión de 20 de junio ordenó levantar 40.000 migueletes encuadrados en 40 tercios de 1000 hombres.
Pero las gentes, en sus lugares y villas, e incluso en las ciudades; preferían no estar bajo las rigideces del encuadramiento de ordenanza por lo que la Junta Suprema del Principado quedó muy lejos de completar la leva ordenada. El 4 de julio la Junta permitió la formación de somatenes. A pesar de todo las ordenes de formación de migueletes se repitieron, como el 10 de julio. Asimismo, la Junta también permitió la formación de milicia urbana. En cuanto al ejército regular, estaba descompuesto. Sus oficiales y soldados estaban muertos, prisioneros, huidos o en paradero desconocido o simplemente habían desertado y se dedicaban al bandolerismo. Además, buena parte del ejército estaba a las órdenes de los gobernantes catalanes que colaboraban con los franceses. Por ello el ejército regular patriótico fue levantado casi ex-novo por la Junta Suprema de Cataluña, aunque es cierto que se contó con las bases preexistentes.
¿Quiénes componían el somatén?
La descomposición del ejército regular fue alimento del somatén más que de los cuerpos de migueletes. Muchos de los componentes del somatén provenían del ejército regular, por ejemplo: los Bomsoms, Fonbella o Llauder. Igualmente, el pueblo, en sus diversos estamentos, estaba presente en el somatén. Ante todo, e independientemente de su adscripción estamental, los miembros del somatén eran y se consideraban españoles por ser catalanes. Esto significa que en el propio ser catalán está el ser español. De forma mayoritaria el pueblo catalán acometió al francés por los principios de “Religión, Patria y Rey”, es decir, por Dios (la religión católica), por la Patria (España), por el Rey (Fernando VII).
Es decir, estaríamos ante una Cataluña patrióticamente española y antifrancesa.
Ciertamente sí. En las Cortes de Cádiz el abogado catalán Felipe Aner afirmaba que “es patente que la España en general ha dado una gran prueba de patriotismo”. Pero añadía que no se puede olvidar que “varios individuos se han olvidado de este amor a la Patria [España] y han abrazado el partido de nuestros enemigos [los afrancesados]”.
Estas palabras podían haber sido dichas por cualquier otro representante catalán tanto en las Juntas como en las Cortes de 1812, pero no hay que olvidar los matices. Hubo catalanes que, sintiéndose tan españoles como los demás, se posicionaron con Napoleón. Éstos fueron calificados, por lo general, de traidores. Dentro del “partido patriótico” la diversidad estamental conllevó una variada adscripción ideológica, que va del tradicionalismo al conservadurismo ilustrado. También hubo algunos de tendencia reformista ilustrada trufada de tintes liberales. Pero a la altura de 1808-1809 los liberales “puros”, si los hubo, fueron residuales. Es cierto que las cosas cambiarían a partir de 1811.
Además, igual que ocurrió en las cortes de 1701 y las de 1705, las ciudades y los cuerpos privilegiados vieron, en todo aquel desbarajuste, la oportunidad de reafirmar o ampliar sus privilegios a costa de los demás sectores sociales. En cuanto a las ciudades, eran muchas las que querían acabar con el predominio y los privilegios de Barcelona y optaron por defender el uniformismo. Por ejemplo, Lérida y Tarragona -cuyo puerto era competidor de Barcelona- encabezaron el reproche contra Barcelona. Otras ciudades se unieron a la protesta antibarcelonesa como Igualada, Olot, Manresa o Montblanc.
Sin embargo, esta división entre ciudades no fue acicate para la defensa de diversos modelos territoriales ni económicos. Las diferencias estuvieron más en los detalles que en el fondo. Por ejemplo, las juntas de Tarragona, Lérida y Gerona jugaron la carta tradicionalista y uniformizadora, pero dentro de las líneas del sistema ilustrado. La ciudad de Barcelona tendió hacia tintes económicos más liberales, aunque dentro de una centralización en lo político. Sin embargo, el liberalismo quedaba desterrado cuando se trataba de defender los privilegios de la ciudad de Barcelona, abogando por el proteccionismo a los productos barceloneses frente a las producciones del resto de Cataluña.
Por lo que respecta a los sectores sociales, tomemos a la burguesía como ejemplo, que iba desde los grandes financieros, productores y comerciantes a los gremios artesanales con sus múltiples tonalidades. La burguesía estuvo dividida. Los grandes comerciantes de la capital -articulados en la Junta de Comercio de Barcelona- frente a los comerciantes de las comarcas y de las demás capitales. Pero es que los mismos grandes productores y comerciantes barceloneses -y de otras comarcas- estaban a su vez divididos. Los hubo quienes se movilizaron en favor de Napoleón y quienes en contra. Fabricantes como Erasmo, Rull o Bonaplata y muchos otros se mantuvieron fieles a Napoleón. No perdamos de vista que Napoleón dominaba toda Europa, apostar por él era apostar al caballo ganador. No es de extrañar que muchos grandes financieros, productores y comerciantes catalanes, queriendo garantizar sus negocios, prefiriesen apostar por Napoleón. Para muchos de estos grandes financieros, productores y comerciantes era antes su “negoci”, su “botigua”, su “fabriqueta” que cualquier principio o ideal. Por desgracia, para ellos, su apuesta en el aparente caballo ganador fue todo un desastre.
Pese a esta división descrita, la situación era tan crítica que el común de la población veía en la casta de financieros, productores y comerciantes un grupo uniforme de privilegiados que apoyaba a Napoleón. Sin mayores distinciones. Así lo podemos ver en múltiples panfletos catalanes, por ejemplo, en ¿Negociante o patriota? Es decir, la publicista catalana de 1808-1809 expresaba la idea de que el “negoci” y el patriotismo eran incompatibles. Y algo de esto pudiera haber en tanto en cuanto se pone el “negoci” por encima de los principios.
Y las divisiones no acaban aquí. Los grandes y medianos financieros, productores y comerciantes que se mantuvieron en el campo patriota optaron por armar migueletes como fuerza de choque contra los franceses. Por su parte, los medianos y pequeños artesanos y “petits botigues” y comerciantes “al por menor”, en la mayoría de los casos optaron por encuadrarse en los somatenes.
¿Hubo alguna demanda o pretensión de recuperar las viejas instituciones austracistas?

Milans del Bosch
La Junta Suprema del Principado de Cataluña intentó poner orden en estas reyertas sociales internas y alzó la bandera patriótica, blandió el tradicionalismo por vocación -Dios, patria y rey legitimo- e hizo espacio al reformismo ilustrado de tintes liberales. Pero siempre, todos se aferraron al jacobinismo en lo que tiene de centralista y uniformizador. Ahí tenemos a los Espiga, Gadea, Balle o Campmany. Esto también queda reflejado en los enviados por La Junta del Principado a la Junta Suprema Central: destacaron la burguesía media y alta -o aristocratizada- y terratenientes con un 60% de miembros y con juristas como Antoni Barata y Aner o Utgés, comerciantes como Torrescana, Ferrer y Font o hacendados como Castells, Vila o Llorens. Junto a ellos encontramos alta nobleza como Suelves, Marqués de Tamarite; y clérigos cabezas del tradicionalismo como Creus -canónigo de la Seo de Urgel- y el cancelario de la Universidad de Carvera Llátzer de Dou.
En conjunto, los enviados catalanes a la Junta Suprema Central defendieron la uniformización más que el centralismo, la libertad de producción y comercio, pero bajo el proteccionismo de la fabricación y comercio catalán y especialmente barcelonés. Asimismo, defendieron la transformación de los migueletes en un ejército nacional (es decir, español) dejando arrinconado al somatén. De hecho, muchos de los enviados a la Junta Central eran militares de origen miguelete e incluso somatén, como Milans del Bosch o Clarés.
Toda esta situación tan crítica y enmarañada no fue acicate para el resurgir de las viejas instituciones tradicionales como la Diputación del General (la Generalidad) o las Cortes de Cataluña. Nadie reclamó su restauración. Y es que todo el entramado institucional de los Austrias había servido para un modelo de sociedad estamental que en aquel momento ya se estaba superando. La nobleza y “aristocracia”, los grupos antiguamente privilegiados, no añoraron esas instituciones. Ya sus bisabuelos y abuelos se deshicieron de ellas por considerarlas inútiles. Durante el siglo XVIII estos estamentos fueron columna institucional del sistema borbónico ilustrado, haciendo más grandes negocios que con los Austrias.
Entre las capas populares tampoco hubo un sentimiento de amor a esas instituciones. Hay que tener en cuenta que la percepción colectiva sobre aquellas tradicionales instituciones era desastrosa. Eran recordadas como organismos de y para los estamentos privilegiados de nobles, “ciutadans honrats”, “rics homes”, grandes comerciantes y hacendados; y con la función de recaudar impuestos al resto de la población, especialmente: medios y pequeños productores artesanos y labradores, así como los pequeños “botiguers”. Pero la cuestión es que en 1808 las instituciones ilustradas borbónicas estaban desbaratadas a causa del desvarío napoleónico y revolucionario. Por eso, en vez de pretender restaurar las instituciones austracistas, el bando patriótico catalán optó por recuperar el medieval sistema de “ajuntamientos” como genuina forma de representación política de la sociedad. Ésta es una de las razones de que tan prontamente surgieran juntas en todas las ciudades, las cuales asumieron la auctoritas y la potestas gubernativa tanto en lo político y económico como en lo militar.
Ante la desintegración del ejército convencional, la resistencia popular catalana contra los franceses articulada en los migueletes y somatenes, ¿tuvo incidencia real en la guerra?
Al principio de la guerra los migueletes no fueron muy efectivos en la lucha tradicional a campo abierto, con lo que actuaban de modo no convencional, atacando y retirándose. Conforme avanzó la guerra estos cuerpos militarizados y bajo ordenanza fueron asimilados al ejército convencional, adquiriendo experiencia. Cada vez fueron más efectivos en la lucha tradicional pero siempre como cuerpos francos adscritos al ejército regular. En Cataluña acabaron movilizados cerca de 40.000 efectivos.
Por su parte el somaten se mantuvo, a lo largo de toda la guerra, como cuerpos irregulares y no cambiaron sus métodos de guerra. Su efectividad estaba en imponer al enemigo una continua movilización de fuerzas obligándole a acudir constantemente, y al mismo tiempo, a diversos focos de choque.
Los franceses no pudieron enfrentarse a este tipo de lucha utilizando cuerpos de ejército tradicionales. Tampoco tenían fuerzas suficientes para tapar tantos pequeños pero abundantes focos al mismo tiempo. Por ello formaron unidades guerrilleras compuestas por catalanes, como las de Pujol –en la Cataluña central- con 300 efectivos. Sin embargo, el mando francés optó por utilizar estas unidades como soporte de las operaciones del ejército convencional. Es decir, las partidas guerrilleras levantadas por el mando francés se asemejaron más a los cuerpos de migueletes que al somatén.
No sólo fueron hombres los que formaron somatenes patrióticos. También se formaron unidades somatén femeninas, la primera en Hospitalet del Llobregat. A partir de 1810 se formaron partidas distintas al miguelete y al somatén, como las partidas honradas y de Cruzada.
Una de las acciones más famosas del somatén es la del tambor del Bruc, ¿qué hay de realidad y qué hay de mito?
Buena parte de la historiografía nacionalista catalana –y no solo catalana- ha intentado desacreditar este suceso por dos vías conectadas: la negación y la mitificación. Los negacionitas afirman que este hecho no existió, que en realidad se trató de un conjunto de sucesos que tuvieron lugar entre los días 6 y 14 de junio de 1808. Éste conjunto de incidentes obligaría a los franceses comandados por el general Schwartz a retirarse por dos veces del paso del Bruc. Aquí entraría el mito. Los negacionistas aluden a la fábula construida en el imaginario colectivo. La fábula épica recogería los dos principales elementos de cualquier Mito: el heroísmo personal y la salvación grupal unidos.
Lo cierto es que el suceso existió y que hubo dos batallas. El general Schwartz se dirigía a Manresa para desmantelar el foco rebelde insurrecto de aquella capital e imponer una carga de 750.000 francos. Debía pasar por Molins de Rey y Martorell. Llevaba una fuerza de unos 4000 efectivos. El día 4 de junio las fuerzas de Schwartz se vieron detenidas en Martorell a causa de una fuerte tormenta. Para llegar a Manresa Schwartz debía alcanzar la plana del Bages y para esto tenía que pasar por el “coll” -o paso- del Bruc (línea de crestas a 620 metros de altitud lindante con el macizo de Montserrat). La detención de Schwartz en Martorell permitió la movilización del somatén de Sallent, Manresa e Igualada, juntando unos 2000 efectivos al mando de Antonio Franch. Cuando Schwartz intentó acceder al paso fue atacado y se retiró.
Schwartz reorganizó sus efectivos y volvió a atacar el paso del Bruc el día 14. Esta vez los franceses estaban prevenidos, organizados y con una planificación adecuada para hacer frente al somatén. La situación era muy complicada y el paso estaba a punto de caer en manos de Schwartz. En ese momento acudieron refuerzos de somatén. Era una pequeña partida del somatén de Santpedor, con un tambor batido por Isidret Lluçá Casanovas, apenas un adolescente. Los redobles de tambor se oían desde todos los rincones de las montañas y en todas las direcciones. Schwartz creyendo enfrentarse a una fuerza muy superior a la que había considerado, decidió retirarse por segunda vez.
En 2013 un grupo de investigación de la Universidad de Barcelona, dirigido por el doctor en Arqueología Sonora Experimental Vicent Matamoros y el catedrático de Arte Sonoro Josep Cerdà, propuso como lugar concreto de los hechos el cerro de Les Torres de Can Maçana, en el término municipal de El Bruc (Anoia) junto al macizo de Montserrat.
El tambor del Bruc ha quedado apartado de las conmemoraciones oficiales e incluso ha sido socialmente olvidado ¿Por qué cree que ha sucedido?
La guerra de independencia, la resistencia del pueblo catalán contra los franceses -a los que se le dio guerra constante en nombre de Dios, la Patria (España) y Rey legítimo- no cuadra en la cosmogonía inventada para construir el discurso histórico de una Cataluña esclavizada por las potencias extranjeras: españolas y francesas. Se deben tergiversar y ocultar hechos e incluso datos concretos. Y cuando esto no se puede hacer, se cambian los nombres de los sucesos históricos. Por ejemplo, a la guerra de la independencia se le llama “guerra del francés” o al golpe de estado de Companys se le llama “Fets d’Octubre”.
Y es que, para los arquitectos de la construcción de un fantasmagórico estado catalán independiente, la historia es sólo una pieza al servicio de este proyecto. Por eso utilizan –escuadra y compás en mano- el “corta y pega”, el “inventa” y el “moldea” la historia. Durante demasiadas décadas los historiadores han sufrido presiones e intimidaciones de todo tipo para someterse al proyecto y unirse a la elaboración de esa histórica mítica. Han sido muchas generaciones de historiadores que, para poder comer, prefirieron integrarse en el grupo de intelectuales orgánicos del nacionalismo. Devinieron en disciplinados dependientes de los “cacahuetes” económicos (financiación, puestos, sueldos) que el exorbitante poder nacionalista les podía proporcionar.
Pero desde hace un par de décadas este conglomerado de historiadores se ha ido resquebrajando. Han ido surgiendo, cada vez más, historiadores que han levantado su voz en pro de la profesionalidad científica, queriendo rescatar la historia de Cataluña de todo ese entramado adulterado. Hay buenos historiadores que, independientemente de sus opciones ideológicas, hacen historia seria y muy digna, con grandes aportaciones científicas. Ciertamente, cada vez menos historiadores consienten con los altos grados de sumisión o docilidad alcanzados y mantenidos durante los “años de hierro” de poder omnímodo nacionalista. Por eso el nacionalismo –a pesar que aún controla la universidad- se ha visto en la obligación de fundar sus propios centros de fabricación de la historia –ya sin ningún disimulo- como el Instituto Nova Historia de Cataluña.
Para finalizar, de todos los elementos -de la Guerra de Independencia-, ¿cuál destacaría?
La cuestión la esquematizaría en el principio de “Dios, Patria y Rey”. Éste siempre ha sido motor de unión de todos los españoles de todas las tierras de España, especialmente en momentos particularmente críticos hasta el punto de que el pueblo español no sólo siente, sino que también percibe como real que la patria está en peligro de hundimiento e incluso de quiebra.
Javier Navascués
Categorías:CATALANS HISPANS, Héroes militares catalanes, HISTÒRIA I RELATS
Reblogueó esto en GADITANOSDELDOCE.
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